Resumir la producción visual gestada por la segunda academia de artes plásticas más antigua de América en una exposición que no supere las setenta obras presupone un ejercicio investigativo y de selección tan cuidadoso como tentador. El resultado, la muestra Bicentenario de San Alejandro: tradición y contemporaneidad, podrá ser apreciada hasta principios del próximo septiembre por críticos, investigadores, estudiantes, profesores y amantes de las artes plásticas en el Edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes.
Basta un primer recorrido por esta ambiciosa propuesta para descubrir el riguroso pulso investigativo que la articuló y puso en escena. No se podía esperar menos de su gestora, la Máster en Ciencias Delia María López Campistrous, actual curadora de la Colección de Cambio de Siglo que atesora el MNBA.
A Delia debemos muestras tan significativas como La gran espiral, dedicada al cincuentenario del Salón de Mayo de 1967, y Como de un baño de luz, organizada en honor a los 120 años de la caída en combate de José Martí. Con semejantes credenciales, ella asume la creación de un proyecto expositivo que nos ofrece un abarcador recorrido por los principales temas y creadores que han dirigido, ejercido la docencia o egresado de la Academia de Artes Plásticas de San Alejandro, inagotable fuente de talento artístico desde su fundación, ocurrida en 1818 por interés de la Sociedad Económica de Amigos del País (SEAP).
Se trata, ante todo, de una muestra altamente ilustrativa, con cierto afán didáctico que la enriquece sustancialmente, pues constituye una oportunidad ideal para aquellos amantes de las artes visuales interesados en comprobar cómo, a nivel académico, el paisaje campestre y de interior, los retratos y autorretratos pictóricos y escultóricos, el desnudo y las escenas religiosas, históricas o mitológicas han evolucionado de forma lógica y consecuente en correspondencia con los estilos imperantes, los contextos epocales y los intereses propios de cada creador.
El abanico técnico es igualmente notable, abarcando el dibujo, la pintura, la escultura, la instalación, el ensamblaje y el grabado. A la riqueza estética de las piezas seleccionadas se suma la exhibición de objetos pertenecientes a creadores significativos (en este sentido destaca un caballete perteneciente a Amelia Peláez), así como algunos bocetos, rubricados por José Arburu Morell y Mirta Cerra, que ilustran los procesos de enseñanza y aprendizaje propios de una Academia centrada en la tradición, pero que abraza lo contemporáneo con fuerza y devoción.
No obstante, es en la proyección museográfica, que deriva directamente de la curaduría per se, donde encontramos uno de los principales atractivos de la muestra, pues el despliegue museal de Bicentenario… defiende un contrapunteo histórico-iconográfico entre obras realizadas por los fundadores, directores y primeros alumnos de la Academia con las poéticas de artistas cubanos modernos y contemporáneos egresados de sus aulas, en un dinámico contrapunteo intergeneracional que vincula motivos y temáticas cuya resolución pictórica da cuenta del paso del tiempo y la sucesión de estilos o tendencias dentro de la historia del arte cubano. Esto, en un espacio reducido (apenas una sala transitoria y su lobby), que la curadora aprovecha al máximo mediante una distribución cómoda y efectiva de las obras a exhibir.
Estamos, pues, ante un muestra necesaria y útil para públicos muy diversos, no solo por el viaje que nos ofrece a través de dos siglos de ininterrumpida creación artística dentro de la Escuela (tal y como le llaman sus estudiantes y profesores), sino por el cuidadoso ejercicio de selección que representa. A fin de cuentas, curaduría es, en primer término, investigación, y eso Bicentenario… lo deja bien claro. Sin lugar a dudas, se trata de una muestra para disfrutar, que enaltece las paredes de Bellas Artes y destaca en el panorama expositivo cubano de los últimos tiempos.