Dentro de Apodaca 260, el lapso de los veinte años transcurridos entre los ochenta y los dos mil puede ser transitado de golpe. Dibujos, pinturas, grabados y ensamblajes se conjugan de forma armónica. Materiales múltiples son puestos en diálogo, también a modo de collage y muy a tono con un espíritu creativo puesto a prueba, incluso, en espacios públicos de Vigo donde Villalobos tiene varias piezas emplazadas en exteriores.
Nelson Villalobos (Cienfuegos, 1956) es un pintor, dibujante, escultor y serígrafo que se ha movido entre dos espacios fundamentales en la producción de su obra plástica: Cuba y España. Rizomático y barroco, Villalobos, ha regresado a La Habana y nuevamente su creación ha vuelto a ser centro de interés para los que le conocieron entonces y los que le redescubrimos ahora.
Graduado del Instituto Superior de Arte en 1983, durante los cuatro años siguientes llevaría a cabo una labor pedagógica en el ISA, en la Escuela Elemental de Arte y en la Escuela Provincial de Artes Plásticas en La Habana. En 1986 trabajó como dibujante en el Taller de Serigrafía René Portocarrero.
Crea el grupo Ruptura, compuesto por sus cuatro heterónimos: Nelson, Villa, Ferrer y Lobo que a diferencia de la primera y segunda generación de la vanguardia cubana y los abstractos de los 50 sí tuvo un manifiesto del mismo nombre, con el que defendía el arte por el arte, alejado de épocas y tendencias, un arte diverso en sus referencias, en los modos de contar, desdoblado en los aportes de otros estilos, sin ceñirse a uno en específico, pero siempre siendo palpable su capacidad creativa para ordenar orgánicamente cada trazo y color elegido en una simbología muy personal que denota la fuerza de su impulso creativo.
Perteneciente a la generación de la década de los 80, compartió con Aldo Menéndez en 1988 la curaduría de la primera exposición colectiva de arte cubano contemporáneo que itineró por varias ciudades de España como Madrid, Barcelona, Málaga y Zaragoza. Posteriormente, realizaría un viaje de estudio por varias ciudades europeas, París, Hamburgo, Colonia y da una charla sobre su obra y el arte cubano actual en la universidad alemana de Karlsruhe y hace una muestra personal en la Galería Kaiman de esa ciudad.
Lo barroco de su pintura pudiera ser entendido en una dualidad de fuentes: su admiración por Lezama Lima y su propia condición de latinoamericano. Ello, unido a la confluencia en su trabajo con las culturas afrocubana, egipcia, peruana, etc. y a su interés por el fragmento y la pluralidad es lo que ha denominado Villalobismo como concepto. “Por Villalobismo entendemos la hegemonía del fragmento en la sensibilidad. Es el espíritu de villalobizar la confusión, el desasosiego, las combinatorias de formas, de temas, de técnicas, de expresiones, de ismos, de culturas y de conceptos”.[1]
Entre 1979 y 1985 realiza una gran parte de sus ensamblajes. La mayoría son piezas que van del gran al pequeño formato con materiales que son reciclados, propios del espacio doméstico y aportan a la pieza la memoria residual de su entorno originario. Villalobos fue también parte del colectivo plástico Arte Calle, cuyas acciones se desarrollaron en 1988 dejando su huella por la ciudad en varios murales intervenidos con grafiti. Partiría a España en 1991.
A su regreso a La Habana varias exposiciones han sido llevadas a cabo con el objetivo de dar visibilidad a su poética, que pueda ser recolocada su obra dentro del lapso temporal de su surgimiento y también pueda ser apreciada la producción reciente. Con este ánimo se realizó en 2016 la primera exposición, después de 30 años sin exponer en la isla, en el Centro Hispanoamericano de Cultura “La vivencia oblicua”. Esta muestra fue un homenaje a Lezama Lima y a su poema Muerte de Narciso que abre la nueva poesía en Cuba después de Martí. Posteriormente realiza “Villalobo desconocido”, en la galería Artis 718. Le seguiría “En el malecón”, en la Galería Villena y la que nos ocupa “Yo, en un plano del demonio” en Galería Taller Gorría (GTG) curada por Guillermo C. Pérez y Pablo Villalobos Leal que es una retrospectiva desde 1982 hasta 1991 donde predomina obra sobre papel y cartulina.
En esta exposición se pueden ver retratos de 1982 realizados con tinta china sobre papel que muestran un uso desenfadado de la línea, con limpieza en la figuración. De esta serie de retratos surgiría una muestra en 1984 en la Sala Talía a base de carboncillo, pastel, tinta y con plumilla, que eran dibujos realistas.
En esta exposición Villalobos se reafirma como un artista emotivo en relación con el espacio y la vivencia. La serie Erótica seduce desde las tradicionales poses en un juego de sensualidad y sexo. Esta serie nace de la gran impresión que le causaron los grafitis de los baños públicos, el valor que en ellos posee la línea. Y si se estudia su trabajo previo, puede considerarse que esta serie es una continuidad de un interés ya evidente desde su tesis del ISA que abordaba la gestualidad de los trazos en los grafitis de las calles y los dibujos infantiles.
En la serie Habanera, realizada con técnica mixta (óleo, crayola, lápiz), el color adquiere protagonismo como elemento cargado de energía que resuelve el fondo o da mayor vitalidad a los personajes, tal es el caso de Sobre el borde del mundo donde los símbolos son muy personales.
De la serie SIDA (1987) se presentan siete obras en óleo sobre cartón. Hay un predominio de blanco y amarillo en el fondo. Carabelas, penes, llamas se funden en una pintura muy expresiva. Esta serie explora la relación entre el erotismo y el VIH apoyado por dibujos de la Edad Media. Era la primera etapa de la pandemia y los cuadros se convirtieron en un canal para exteriorizar el temor que produjo.
La serie El artista y la modelo apela a uno de los temas clásicos de la historia del arte. Villalobos lo retoma bajo un aire humorístico y erótico. Todo ello está en relación con su concepción de la creación como una gran masturbación. “Siempre quise ser continuador del arte del siglo XX, soy hijo de la vanguardia. El cubismo es lo mejor después del Renacimiento, afirmando a David Hockney que lo ha creado desde la fotografía”-declara.
Libertad bajo palabra
Recurro ahora al título del libro de Octavio Paz porque para Villalobos cada serie es un poema. Hay cuadros dedicados a Pessoa y a Martí. Es confesada su inclinación más hacia los poetas que hacia los pintores. “Creo que no hay diferencia entre un cuadro y un poema. Cada una de mis series es un poemario”-agrega. La relación entre poesía y símbolo se teje en cada cuadro. En los dibujos del 89 se verifica la alusión a lo rupestre como modo de aludir a la esencia, la síntesis, lo originario, varios conceptos sobre lo que el hombre quiere hacer.
Esa intuición poética va de la mano de lo que aportan: el azar, el accidente y la propia resistencia del material. El color, el dibujo y la gestualidad son medulares en todo su quehacer, distinguen una obra que atraviesa el simbolismo, la abstracción, el grafismo, el dibujo infantil y lo erótico. Se hace patente el estilo de lo múltiple reelaborado, como afirmó Rufo Caballero en su texto El fin del canon. Villalobos ofrece su propia receta para expresar la ciudad, las nociones sobre la vida y la muerte en un surtidor de imágenes y poesía visual que parece contener una máxima central: devolvedme, pues, amor con amor. Yo, en un plano del demonio refleja el valor de su pertinencia a esa generación de los 80 que fue generadora de múltiples impulsos sanguíneos (en grupos, muestras contestatarias e individualidad creativa) y que hoy ha podido ser observada en su producción a partir del regreso al país de un artista que con orgullo se autodefine como ecléctico.
[1] Tomado de: Manifiesto II del Grupo Ruptura. Consultado en formato digital.