Hay temas que preferimos tratar en voz baja. Temas difíciles, vedados, contestatarios, que de salir a la luz, afectarían la historia personal de muchos. Para ventilar dichos asuntos reservamos la privacidad de la casa, o quizás un recodo mal alumbrado de la ciudad. Allí, envueltos por la penumbra, en la intimidad del lecho, o entre tazas de café recién colado, nos llenamos de valor y los dejamos salir. Entonces ellos, movidos por la urgencia y el sobresalto, cobran forma, gravitan a nuestro alrededor, hayan cobijo en oídos ajenos, remueven subjetividades, e ilustran lo que verdaderamente sentimos y deseamos, aunque no osemos exponerlo a la luz del día.
Este constituye uno de los motivos fundamentales de Hablando bajito (Galería Servando, septiembre de 2016), muestra personal de Elvis Céllez, que, bajo la curaduría Magaly Espinosa, propone un breve recorrido por la producción iconográfica de un joven creador tiempo atrás catalogado por Rufo Caballero como un posible «nuevo monstruo» dentro del arte cubano contemporáneo.
Hay algo que cautiva y seduce en la obra visual de Céllez. Es evidente que no estamos ante un artista técnicamente notable; de hecho, sus pinturas exhiben un alto índice de imperfección que contribuye sustancialmente a hacerlas mucho más atractivas y contemporáneas; sobre todo, si tenemos en cuenta el marcado interés por explorar los presupuestos estéticos de la neofiguración que en los últimos tiempos ha demostrado una nueva generación de pintores cubanos.
No obstante, el principal mérito de Elvis radica en los conceptos que él suele manipular; en esas ideas, presentes en la mayoría de sus trabajos, que buscan expandirse más allá de la realidad pictórica y presentan diferentes niveles de interpretación. Hablando bajito da fe de ello, pues ante todo propone, desde una visualidad cáustica, reflexiva e irónica, un recorrido por momentos históricos de relevancia, advertisements o logotipos cubanos, y figuras icónicas para el imaginario nacional; elementos que, una vez deconstruidos y asimilados cuidadosamente por el artista, han devenido piezas de un juego visual con alto valor eidético, muy en sintonía con la producción previa de su autor.
El ejercicio del autorretrato, y el manejo de textos al interior de las obras también están presentes, así como una sugerente selección de dibujos que ven la luz pública por primera vez. En este sentido, el proyecto curatorial se distingue por reflejar varias facetas de Elvis, incluso aquellas poco conocidas o visualizadas hasta el momento.
Las posturas vitales de Céllez transversalizan toda la muestra, no solo por el consabido uso de la autorrepresentación (véase las piezas Lombriz que no sabe pensar, El monstruo y Yo después, ejecutadas entre 2003 y 2007), sino también porque él hace de su personalidad, de su Ego (en el sentido más positivo de término) uno de sus temas predilectos a la hora de trabajar. A esto podríamos sumarle un evidente afán por la zozobra, y cierta dosis de noble oportunismo dado por el tratamiento de temas «difíciles», algo que, en gran medida, también ha caracterizado al trabajo de muchos creadores cubanos en los últimos años. Sin embargo, no hay en su pintura irrespeto ni subversión; antes bien, prima en ellas un marcado interés por ofrecer una visión compleja de la realidad, con sus pros y sus contras, sus simulaciones y posturas, sus verdades y engaños, siempre desde lo simbólico, lo expresivo y lo personal.
Más apegadas a lo epopéyico encontramos Vamos bien (2012), Reflexión particular (2016), Presente continuo (2012) y Más importante que las conquistas (2014), acrílicos sobre lienzo cuyos motivos y títulos evidencian el constante interés del artista por cuestionar las realidades de su contexto, o por reflejar, desde una perspectiva crítica, momentos históricos que para muchos cubanos han marcado un punto de giro tanto en lo colectivo como en lo personal. No obstante, toda la ironía, el sarcasmo y la mordacidad que Elvis puede conjurar ganan forma en la pieza Cubana S. A. (2015), la cual, a partir del logotipo distintivo de la compañía Cubana de Aviación, aborda con frescura y locuacidad el omnipresente tema de la emigración, o la excesiva comercialización de lo autóctono bajo las leyes de oferta y demanda que rigen el mercado actual, donde nuestros valores naturales y simbólicos se transforman en artículos de consumo y son puestos a consideración de un público que solo busca lo superficial, lo hedónico, sin notar que, al volver a sus países de origen, se llevan consigo fragmentos de una nación, de una identidad cultural que busca sobrevivir y reafirmarse, también, desde sus símbolos.
Por último, la pintura Hablando bajito (2016), si bien se aleja un tanto de las anteriores en virtud de su ejecución, constituye la piedra angular o el broche de oro de una muestra que, ante todo, nos hace meditar, revisarnos por dentro, enfrentar criterios, compartir ideas y dar espacio a esos pensamientos que muchos prefieren dejar tranquilos en los inocuos dominios del silencio. Sin embargo, cabe notar cómo, de manera paradójica, esos mismos temas ocultos, encubiertos, que muchas veces preferimos tratar a sotto vocce, ganan protagonismo y se propagan con esta exposición, cuyo principal gestor está plenamente consciente de que, en ocasiones la pintura (y el arte en general) asume el permiso, la responsabilidad y los riesgos de gritar a los cuatro vientos lo que no murmura la garganta.