El síndrome de las listas es un vicio que padece la cultura contemporánea, empeñada en canonizar, excluir y, finalmente, trivializar una escala de valores donde raras veces confluyen obra y carrera, autonomía y relaciones públicas, talento y parasitismo estratégico. Basta visitar al sitio web de la próxima XII Bienal de La Habana, para constatar otro listado: el de los artistas cubanos invitados. Expuesto a cambios de última hora, decidimos sumarle apostillas y, de cierto modo, sacarle lasca como ejercicio del criterio, para así reivindicar el contradictorio malestar de la divergencia.
Esterio Segura y Guillermo Ramírez Malberti representarán a la cautelosa promoción de los noventa. Mientras Ramírez Malberti desarrolla una trayectoria pausada en el orden comercial y humilde en el plano ideotemático, Esterio utiliza la maña conceptual para garantizar el estatus financiero de su producción. Occidente tropical (Factoría Habana, febrero-abril 2015) potenció el oficio del arte retronostálgico con sus credenciales escultóricas en el taquillero largometraje Fresa y chocolate (1993). Moraleja: vivir del cuento no es lo mismo que reinventarse una fábula, menos asociada con tabúes digeribles y explotados hasta lograr consenso populista.
Rodolfo Peraza es un convocado perteneciente a la “diáspora emergente”. Su presencia nos remite a la ausencia de Ernesto Oroza, quien moviliza un imaginario en sintonía con esa pauta curatorial oscilando entre la idea y la experiencia como laboratorio social. ¿Y por qué descartar al también ex-integrante del portátil Gabinete Ordo Amoris Diango Hernández? Otro residente fuera de Cuba que pudo ser invitado es Rafael Domenech, joven que mostró garra en Ya se leer (Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam/Galería de la Biblioteca Rubén Martínez Villena, abril-mayo 2011).
Ya resulta alarmante el favoritismo institucional que disfruta Felipe Dulzaides, quien transita del gesto mínimo al tremendismo instalativo con escasa fortuna receptiva, si descartamos alguna que otra nota benévola. Pero este desliz periférico no tiene ninguna importancia. Ni siquiera el Arsenale veneciano o el Fridericianum de la Documenta de Kassel encumbrarían pirotecnias de baja intensidad. La grieta-cicatriz de Doris Salcedo o el sol artificial de Olafur Eliasson en la Tate Modern londinense devienen milagros de la cultura mainstream. Ser artista no es solo escalar montañas. Mucho menos cuando se trata de relieves urbanos con montículos provisionales.
La opción multidisciplinaria del profuso listado estará a cargo de Nelda Castillo y El Ciervo Encantado, quienes ya disponen de una equipada sede como local de ensayos, funciones y conciertos de música. Con visos de performatividad tragicómica que tiene como referente de cabecera la frescura pop de Un elefante ocupa mucho espacio (1997), Nelda y Mariela Brito buscarán suplir la escasez de propuestas corporales que pudiera lastrar un conjunto visual asentado en la detención museográfica. Motivación para imprimirle cinetismo teatral a la bienal, acatando o transgrediendo los límites tradicionales de la representación, dentro o fuera del espacio dramático.
Un desafío comprometedor tendrán los debutantes en la nómina oficial: Yornel Martínez, José Fidel García, Levi Orta, Reinier Nande, Luis Enrique López Chávez, Josuhe Pagliery, Rafael Villares, José Eduardo Yaque, Mauricio Abad, Elizabet Cerviño, 3stado Sólido, Omar Estrada, Ariel Candelario Luaces y Néstor Siré. Ellos deberán sortear el afeite monumental, hermetismos low tech, refritos neopovera, aspavientos relacionales o medios procesuales carentes de finalidad si pretenden hacerse justicia.