A mi Titán de ochenta jonrones, mi súper-abuelo.
La más reciente exposición personal de Reyneiro Tamayo, inaugurada el pasado viernes 17 de marzo en Galería Habana ha sido un éxito de público rotundo. Cuba en pelota reunió dos segmentos de la cultura cubana, la aficionada al arte y la devota al baseball, en un mismo espacio. Este tipo de confluencias tan espontáneas, donde el involucramiento del espectador es inmediato y contagioso no se experimenta en los predios expositivos habaneros con tanta asiduidad. Respecto a la muestra podrán objetársele muchísimas cosas: en primer lugar, que ofrecía más de lo mismo respecto a la obra y discurso de Reyneiro Tamayo; que visualmente recabó en lo kitsch; que la museografía funcionó como un caos y que mucho tenía que ver con las ideas preconcebidas para el montaje y la organización de una exposición artística en sala, de manera tal que no ofrecía nada excitante a nivel visual o neuronal. Ahora bien, vale la pena poner cada cosa en su sitio y analizar con frialdad un empeño de este tipo, exento de gratuidades.
En primer lugar, Tamayo es un artista, que, si bien se ha sostenido en el uso discursivo de una ironía altamente jaranera; de una perspectiva crítica que pretende siempre provocar la carcajada como estrategia para la oxigenación de la materia gris, previa a un acto deconstructivo de auténtica valía; tiene su principal influencia en el Pop art. Y como todos sabemos este movimiento cultural se apropió de las manifestaciones más inmediatas de la cultura popular como material de análisis antropológico, erigiendo así espejos inmensos donde la humanidad, como Narciso, pudiera deleitarse con su frio e inamovible reflejo. Tamayo, por ello, desde un lenguaje eminentemente gráfico, deudor de la cultura de la imagen masivamente reproducida, de la pincelada imperceptible, del gránulo de la reproducción mecánica sobre el papel, de la distorsión caricaturesca de las apariencias, de una teatralidad afectada de absurdos y paradojas, es nuestro cínico más empedernido. Su idiolecto se ha sostenido en una técnica exquisita que no ha variado en los últimos años puesto que no debe variar: su función ya está establecida, ese es el sello de su mirada. Lo que si debe cambiar es la dirección de su perspectiva. Y eso, como nos queda claro, se somete al rigor mortis de una alocada veleta.
Acorde con ello, Cuba en pelota pretendía una vez más, explorar los intersticios de la conciencia colectiva a través de expresiones culturales de notable popularidad. La exposición fue por ello un show, un divertimento, como aquellas delicadas y sabrosas piezas que los compositores musicales más virtuosos del siglo XVIII generaban en sus días fértiles, con pocos esfuerzos, para la felicidad de oídos y almas ajenas.
Debe ser confesado que Tamayo es un amante y erudito del baseball, y a ello ha dedicado una parte considerable de su obra. Y que no existía una forma más idónea para hablar de este tema que desde el espíritu de la peña, de la reunión amistosa y cordial, desde el fluir de la crítica, del diálogo y del roce. La muestra, curatorialmente, estaba segmentada en dos zonas fundamentales. La primera de ellas, encargada de acoger de primeras impresiones al espectador, representa el sentir respecto a la pasión del fanático. Remeda las colecciones íntimas repletas de polvo, íconos, postalitas, documentales, recortes de revistas, apuntes, suvenires, recuerdos, instantes. No tiene más orden que el de la relevancia emocional. No tiene más ritual que el goce y la rememoración constante. Y por ello está prendida de algarabía. La segunda convoca a una ceremonia de otra naturaleza: al final, como colofón se haya la instalación Osario, recorrido entre penumbras que nos conduce a un mural de nombres; pseudónimos; banderas; laureles en rojo, azul y negro; héroes. Y así, en un mismo estadio confluye el homenaje en tonos altamente solemnes y en una tesitura más cálida.
¿Y con qué otra lengua pudiera hablarse de una tradición y de una cultura como la del baseball que no fuera tributaria a lo popular, a recursos directos, sin mucho escamoteo, sin intríngulis poéticos o afeites? ¿En qué otro idioma se le puede hablar a un pueblo de sus héroes que no sea desde la pompa y la mortaja de la sangre y el sacrificio? Sin lugar a dudas todo resultó pretendidamente kitsch, y por ello, en un acto fresco, accesible a todo nivel de percepción y entendimiento, a todo espíritu participante del jolgorio de la peña en Galería Habana. Cabe señalar que, estética y conceptualmente, fueron remedados los carteles y las fotografías en su frontalidad, tan directas como minuciosas en su afán descriptivo, estrategias esas de comunicación de uso común a la hora de representar a figuras asociadas a “la pelota”, incluso hoy día en uso. Por el camino de la normalidad lingüística, o al menos, de la aparente normalidad lingüística, Tamayo entona su discurso a todos, sin distinción o requerimientos, democratizando el acto de la percepción y el disfrute sin perder el sustento conceptual. Esta estrategia representativa resulta además un bosquejo por los gustos estéticos y la visualidad de varios momentos en el devenir de la cultura nacional, campo problemático que en los últimos diez años ha alcanzado notable interés para los artistas cubanos.
Por estos días muchas expectativas han sido depositadas en campos de juego lejanos. No son pocos los que han comentado a estas alturas que esta muestra artística juega una función terapéutica en el presente inmediato. Y quizás sea correcto analizarla como manifestación involuntaria de esa predisposición narrativa gracias a la cual hemos convertido vergonzosos reveses en victorias, síntoma de ese ego de “isla-ombligo del mundo” mal construido que culturalmente encarnamos a diario desde todas las esquinas del discurso nacionalista. Quizás sea más propicio valorarla como expresión de desgaste, insatisfacción o sencillamente, frustración. La imaginación compartida a nivel colectivo tiende a tomar rumbos caprichosos. Por ejemplo, cuando la Guerra definitiva, la del 95, devino en República desajustada a inicios del siglo XX, la devoción popular desplazó la dirección de su tributo, de aquellos gloriosos mambises libertadores militarmente vencidos, a la vida mundana de aquellos héroes urbanos, reyes de noche que vestían de lino blanco y gobernaban legiones de prostitutas primorosas, entre los que destacó el mítico Yarini. De cualquier manera, “Cuba en pelota” revisita esa otra historia de nuestra nación, compartida por las voces de la experiencia, por nuestros más sabios abuelos, que no se haya en los libros de historia encargados de repletarnos la conciencia de relatos de batallas, de discursos y arriesgadas posturas, pretenciosos contenedores de una falsa última palabra sobre nuestro pasado y nuestro presente. La muestra versa sobre otro tipo de héroes, no siempre modélicos, pero, eso sí, siempre humanos en sus errores y en sus logros: hombre de una talla incalculable aún; titanes que también forman parte activa en la construcción del sentido de humanidad, lealtad, patriotismo y moral, que sustenta al edificio de la sociedad cubana contemporánea a pesar de sus múltiples quebrantos.
Esta es una historia otra, de hombres otros, de glorias otras. Representación y homenaje en momentos de nuestro devenir, en los que ni lo uno ni lo otro se permiten espontáneos: “Cuba en pelota” es también conmemoración a esos otros grandes hombres que han constituido, que constituyen y qué sin lugar a dudas, seguirán constituyendo, a las generaciones dueñas del presente. También a nosotros: hombres imperfectos capacitados por esos aquellos otros hombres y sus ejemplos, tanto para caer, como para vencer; para luchar, como para jugar.
Quizás Cuba en pelota manifieste otro sismo en la conciencia colectiva, y testimonie la dirección de otros desplazamientos de su punto de mira. Quizás sea un intento de representación, en medio de una crisis de representación. Solo puedo asegurar que en las salas de Galería Habana están presentes muchos más seres que los que han sido recordados con el favor de la imagen y el guiño. Al final, en una de las esquinas de Osario, como un punto suspensivo, una bandera cubana ha sido ofrendada en nombre de aquellos espíritus ineludibles, y al parecer innombrables; del utópico hombre nuevo; de nuestros abuelos, nuestros padres, nuestros antepasados.