Wilfredo Prieto dio apertura en la XII Bienal de La Habana a la exposición curada por él en la antigua Fábrica de bicicletas, a solo escasos centenares de metros del túnel de Línea y del Puente de Hierro. Los elementos expuestos para esa ocasión proyectaban una estructura muy libre en el acceso y recorrido de los participantes, ajena a la acostumbrada en las galerías y museos, al someterlos a la experiencia de descubrir dónde podían solaparse los elementos expuestos, bien escondidos en las intenciones de lo que muy difícilmente pudieran considerarse obras de arte, distribuidas en todo el vasto territorio de ese espacio urbano olvidado. Detectar, descubrir esos mínimos gestos ajenos a las refinadas elaboraciones artísticas, era la tarea curatorial ofrecida a los participantes, quienes con sentido lúdico debían disponerse a trazar sus recorridos personales con la satisfacción de poder encontrarse con amigos y disponerse en grupo a participar en esa búsqueda. Una manera menos empolvada de acercarse al arte, de experimentar sensaciones de otro tipo. Todo esto en medio de una ciudad aparentemente agotada en sus posibilidades de ejercer nuevas atracciones culturales fuera de los sagrados recintos del arte.
Puede que su creador no se percatara de que su gesto curatorial permitiera hacer otras valoraciones, aún más allá de su propósito de estimular inquietantes o hasta burlescos deseos y necesidades meta-teóricas y prácticas del arte contemporáneo, por abrirse a experiencias donde lo mostrado es solo pretexto para poner a los asistentes en condición de convertirse en agentes activos de una exposición. Contemplando el participar de todos y experimentando el mío, pude percibir una nueva manera de revelarse lo genuino que puede resultar proyectar algo tan sencillo en sus formas. Servía para propiciar –y para mí esto es muy trascendente- un espacio re-significado a cielo abierto para la reunión social culta.
De momento me hizo evocar y retrotraerme vivencialmente a las imágenes de los grabados del siglo XIX de Federico Miahle, al registrar 200 años atrás los modos por los cuales la gente se entregaba abiertamente a disfrutar de los aires libres en espacios de extramuros en los paseos de Isabel II y de Tacón, alejándose en esos paseos de los ambientes urbanos deslucidos y sofocantes de la ciudad envejecida detrás del muro. La alegría, el entusiasmo y la satisfacción del público habanero en los antiguos grabados estaban de nuevo ahí, recuperados, haciéndome sentir cómo el pasado cultural es fuente de lecciones insospechadas para el presente.
Con su mediación nuestra Habana de 2015 resurgía en medio de un espacio despreciado del Vedado en esa imponente y simbólica ruina agrisada y destechada, expresión de lo necesitada que está la ciudad y de lo dispuestas que están sus gentes de modo espontáneo, en abrirse a otros aires, físicos y culturales. No solo potencialmente en los espacios recuperados y resaltados urbanística y arquitectónicamente, sino además bajo el imprescindible acento constructivo que deberá necesariamente alcanzar en las próximas décadas la radical remodelación de la capital con la creación de nuevos lugares de expansión social. Mediante atrevidos diseños de ambientes cultos logrará abrirse a un mundo más moderno, alejándose del enclaustramiento precedente, con la conciencia de ser algo natural, vital y propicio para el bienestar y la salud espiritual de sus habitantes, como fueron asimismo motivo de admiración en el XIX de estos y de los visitantes procedentes del mundo entero.