De las aguas, los peces. El abismo es ahora dos veces uno mismo.
Eliseo Diego, Piscis
I
Hubo una vez un niño que ayudaba a su hermano mayor a pescar, a la orilla del Malecón. Con los años, el niño dibujó en la Escuela Elemental de Arte, el adolescente pintó en San Alejandro, el joven grabó en el ISA y el adulto hizo performances con el Grupo Enema, pero ninguno olvidó la pesca. Un buen día se dio cuenta de que podía imprimir los peces que pescaba y ambos caminos se trenzaron. Más tarde descubrió que lo mismo hacían los pescadores japoneses, desde el siglo XIX: grababan los peces que cazaban, y a eso le decían gyotaku.
El pasado 21 de febrero, Hanoi Pérez, que es ese grabador que pesca y ese pescador que graba, decidió exponer algunas de sus piezas, en la galería principal del Taller Experimental de Gráfica de La Habana. Ocho series de grabados (todos originales múltiples) y un libro de artista componían esta muestra autorreferencial. A continuación rememoro el instante.
Traspasando el portón del taller, dos paredes nos dan la bienvenida. En la de la izquierda, está la serie Haemulon y Clupea, que está formada por gofrados (impresiones en seco) de roncos (haemulon) y sardinas (clupea). Sobre el blanco impecable de la cartulina, la luz dibuja un claroscuro de sombras que obedece los relieves. No hay pez, no hay color, no hay línea, sólo un océano de pureza en el que nadan las huellas de la ausencia. Corrientes es la otra serie, que está a la derecha. Obra de técnica compleja, en la que el autor serigrafió, pintó y estrujó el lienzo; luego lo sometió a un molde de barro, lo untó con resina y finalmente le añadió fibra de vidrio. Tal parece que quisiese rebasar todas las fronteras pues su pintura tiende a la serialidad como el grabado, su grabado busca la tercera dimensión como la escultura y su escultura aspira a moverse en el tiempo como el performance. Toda la escuela de Hanoi está concentrada aquí. El resultado es una ilusión de ondulante marea poblada de peces.
El libro de artista Revelación reúne serigrafías de peces inspiradas en el texto de Robert Hugues El tonto al otro lado. Reflexiones de un pescador mediocre –que ya vimos el año pasado en la expo El anaquel. Variaciones, realizada junto con Yerandee González, en la Biblioteca Nacional. Extendido como un acordeón, sus páginas semejan olas cubistas que forman una hilera de emes. Mas ¿no se escribe con M la palabra Mar?
Las razones para crear, ésas que forman el esqueleto del alma, son recogidas en Para no tocar fondo (2018) e Impulsos (2016). La primera serie comprende un conjunto de colagrafías y serigrafías, en las que conviven radiografías de la escápula alada que padece el autor, mezcladas con escamas de pescado. La segunda, consiste en una serie de gyotakus y serigrafías que recibió la Primera Mención en el IX Encuentro Nacional de Grabado.
Peces en el río (2019) y No fish in the Rhein (2018) son dos series de serigrafías que se complementan. En una se habla de peces capturados en la desembocadura del río Banes, en la provincia de Artemisa, mientras que en la otra –que también fue expuesta en la Biblioteca Nacional el pasado año– se ven ramas de árboles y se repite la frase del título, haciendo referencia a la siguiente anécdota. Estando el artista en Suiza, intentó pescar en el Rin pero no capturaba nada, hasta que pasaron por allí dos hombres y le advirtieron que no era temporada de peces: No fish in the Rhein. Ésta es la historia de una frustración: Hanoi, quizás, trató de compensar la nostalgia, hija de la lejanía, con su hobbie, la pesca, pero sólo halló más ausencia. La lección es clara: en el sitio equivocado, en el momento equivocado, ni los peces nadan ni la nada se pesca.
La pared más grande de la galería está cubierta por La captura, conjunto de colagrafías y serigrafías luminosas, refrescantes, en las que peces y radiografías se interpenetran, como en la vida de Hanoi.
También el artista intervino el relieve del Rinoceronte de Durero que está en el Taller de Gráfica, con un cardumen de sardinas blancas caladas. Su título es A Ghanda pues ése era el nombre del animal, el cual casualmente murió ahogado en las costas italianas. Es la primera vez que se interviene el rino del Taller y que se corrige la falta de su segundo cuerno, a la espalda, con un pez.
II
Una muestra como Mareas debe imprimir e impresionar, es decir, debe dejar dos huellas: una en el papel, la otra en el espíritu. Lo primero es obra del artista, que sin dudas domina su oficio; lo segundo depende del curador, que ha sabido seleccionar lo más representativo de su obra. Y ambas funciones las realiza Hanoi, en este caso, de manera limpia, coherente, sin perder el centro. Por eso Mareas es una circunferencia en la que todos los radios se dirigen al mismo punto.
Por si fuera poco, la museografía, que corre también a su cargo, consigue que las ocho series y el libro de artista se adapten al espacio expositivo de un modo natural. Todas las series, menos una, se exponen formando pares. Impulsos y Para no tocar fondo se aproximan por la semejanza del tema. Peces en el río y No fish in the Rhein –a pesar de la aliteración que los acerca (río=Rhein)– se acoplan por complementariedad semántica (una afirma, la otra niega), cosa que el autor tuvo en cuenta incluso a la hora de disponerlas, en paredes contiguas, de manera opuesta. El libro de artista Revelación y la serie Corrientes ondulan, aquél con la rigidez propia de las páginas de un libro, éste con la sinuosa suavidad de las olas. Únicamente La captura, la serie más grande, permanece sola, como el descanso de una escalera. Finalmente, la cabeza de la exposición se muerde la cola: A Ghanda es el pez blanco en la huella (del grabado de Durero) y Haemulon y Clupea son la huella del pez en el blanco (de la cartulina).
III
Una impresión directa del pez, como la que hace Hanoi, como la que realizan desde hace más de cien años los pescadores japoneses, no tiene un nombre en castellano. Por eso apelo al neologismo ictiograma, que sería algo así como grabado del pez. Mas ¿de qué profundo abismo humano nace esta manía? ¿Por qué, para qué hacer ictiogramas? La pesca convierte al pez en pescado, mientras que el grabado –que lo representa nadando– transforma al pescado en pez. Es decir, el anzuelo lo conjuga en participio; la prensa o el tórculo, en gerundio. Y ya se sabe, como decía Bábel, que el gerundio aligera y dinamiza al participio. El hecho es que la imagen del pescado nadando recuerda al pez vivito y coleando. Es como si el pescador, al grabar, purgase el pe(s)cado que comete el grabador, al pescar. Un ictiograma hace del pez una pieza y de la pieza, un pez. Por eso el gyotaku, más que imprimir, resucita. Eco se equivocó: de la rosa no sólo queda el nombre, también queda la imagen. El pie es eterno en la huella, no en la palabra pie.
Pero algo, después de todo, tienen que ver los peces con las palabras: el mar es un libro –que Kipling no escribió pero que sí ilustró Aivazovski. En él, cada pez es un verso escrito sobre renglones ondulantes. Si el poema es un cardumen de versos, ¿qué es el cardumen sino un poema de peces? Cada pez porta una historia: en Jonás, es purgatorio y en Pinocho, también. Cada pez vive el ahora, entre un antes y un después. El mar prologa el antes, Hanoi prolonga el después.
Las mareas son un efecto de la atracción lunar: de noche suben, de día bajan. ¿Por qué en esta muestra no hay una serie nocturna, digamos, una marea alta? ¿Quién no extraña los reflejos de la Luna en la superficie del agua y el vientre a contraluz de los peces, vistos desde el fondo, como en aquella boda submarina de Repin?
Hanoi me confesó que, obedeciendo a su hábito “enemático”, estuvo a punto de inaugurar la expo vestido de pescador, con todos sus avíos encima. Mas no lo hizo para no restarle protagonismo a las piezas. “Es mejor así”, me dijo, “sencillo”. Eso me recordó una frase latina: SIMPLEX SIGILLUM VERI: la simplicidad es el sello de la verdad. Por eso es hermosa esta propuesta porque habla, en silencio, la lengua del mar.
Mareas: la mar sea dos veces, en español o en inglés, al derecho o al revés, como en su signo los peces.