Siempre me ha parecido que Aliosky García es uno de esos artistas inconformes con su tiempo, con la obsesión infinita por encontrar novedosos caminos en las posibilidades que les brindan los medios o manifestaciones que profesan cuando, como ya se ha dicho, “no queda nada oculto entre el cielo y la tierra”. Lo que para algunos no resulta un problema mayor, pues comúnmente utilizan las llamadas tecnologías de punta para enarbolar sus producciones y así mantenerse a tono, en su caso se torna complejo dado el empleo sostenido de una técnica ancestral como lo es el grabado, y dentro de esta su empeño de continuar trabajando la xilografía a la manera más ortodoxa. Dicho de otro modo, suele sacarle literalmente las lascas a la madera apostando por concretar un discurso extremadamente contemporáneo sin desdeñar la tradición misma, preocupación conceptual que desde los años ´90 ya venía despertando el interés de los grabadores. Su más reciente exposición titulada Tabla rasa, exhibida en la Sala Martínez Villena de la UNEAC da fe de lo antes expuesto.
Ahora –a diferencia de otras series donde la figura humana se caracteriza por ser el eje central de su poética–, la selección que conforma esta muestra convoca la presencia animal. Lo significativo aquí es que estos animales no fueron escogidos al azar sino, precisamente, por ser aquellos que proporcionan una fuente ineludible de alimentación (cerdos, gallinas, peces y reces), con lo cual la acción del hombre también queda implícita en cada obra. Entonces, la duda consiste en preguntarse de qué modo este obtiene la preciada carne, mediante la conocida canasta familiar, o apelando a la necesidad obligatoria de adquirirla por la «izquierda». De ahí los juegos repetitivos que establece en varios conjuntos impresos como el que muestra la portada de la libreta de abastecimientos y la imagen de la vaca en pleno contraste visual bajo el nombre de Castigo divino. La representación del cerdo relacionado con cualquier elemento punzante –por muy ilógico que parezca–, que permita su sacrificio próximo a fechas festivas en La víspera. O La gallina de los huevos de oro que deletrea en caracteres dorados y en mayúscula la palabra ¡REVOLUCIÓN!
Pero la relación entre individuo y animal no solo queda signada por el hecho de consumo/consumidor. Rebaño, obra resuelta en formas circulares con la imagen reiterada del animal vacuno alude sin medios tonos, todo en rojo y en negro, a la marcha sin la mínima protesta de las masas ante el mandato de una única voz/cabeza que las dirige.
Finalmente, una pieza esencial de la muestra es La bandada infinita por todas las connotaciones que acarrea. Un cardumen de formas definidas de peces pequeños que a su vez conforman una figura mayor siguen (o tal vez persiguen) a otro pez que viaja delante. No sabremos jamás a ciencia cierta si será para integrarlo a sus filas o porque precisamente este es el líder que conduce a su antojo a la voluptuosa mancha. Sobre ellos llevan encarnado todo el peso que les confiere la historia universal, desde la prehistoria, el periodo medieval hasta la modernidad. En la mayoría de los casos son referentes conocidos como Stoneage, la loba capitolina con los gemelos Rómulo y Remo, la Venus de Willendorf, el Discóbolo de Mirón, el Coliseo Romano, la Torre Heiffel, entre otros tantos íconos, lo cual nos hace pensar inevitablemente en la evolución vertiginosa del hombre a lo largo de la carrera por la humanidad.
Así Aliosky, asido siempre a su tabla de salvación, va entretejiendo un discurso coherente donde entremezcla lo intrínseco con lo colectivo, lo nacional con lo más cosmopolita mientras conforma sus xilografías que, por demás, mantienen las marcas propias de los cortes que quedan en la madera luego de tanta carne troceada, como señales de vida o de una vida que fue y vuelve en este presente.
Fotos: Alain Cabrera