Mi jardín es mi más bella obra de arte. Todo lo que he ganado ha ido a parar a estos jardines. Todo el mundo discute mi arte y pretende comprender, como si fuera necesario, cuando simplemente es amor.
Claude Monet
Siempre es gratificante encontrarse ante obras plásticas que propongan la posibilidad de sumergirse en un espacio alternativo, un pseudo resquicio en el cual entrar y desconectarse, quizás, de la sobrevivencia social, tropelosa para muchos, angustiosa para casi todos, en la que nos encontramos a diario. Precisamente, por estos días, Ángel Ricardo Ricardo Ríos (Cuba, 1965) nos ofrece esa posibilidad con Jardín vertical, su más reciente muestra personal en la galería Servando, en la que se advierte una especie de limbo plástico donde la complacencia retiniana y el degustar cromático son inherentes de puertas para adentro del espacio galerístico. Una sucesión, elegante y delicada, de lienzos “líquidos” que parecen fluir, moverse en su interior, colman la Servando. Se percibe la magnificencia de formas múltiples, o ¿formas sin formas quizás?, gestos fluidos que parecen extenderse de un cuadro a otro, cuyo cromatismo llama la atención, hace que la mirada se torne vouyerística y explore cada pincelada, cada trazo, cada huella.
La alusión es a elementos naturales, a flores, plantas, naturaleza viva. Pero, ¿sólo a eso hace referencia? Yo creo que va más allá. Hay todo un regodeo sobre motivos florales, sí, que nos viene desde el mismo título de la muestra; pero también se advierten aquí interpretaciones propias del artista traducidas en un sentir gestual que plasma en el lienzo: una suerte de proposición sensual, erótica y caótica, en la que confluyen la pretensión consciente de su creador, las potencialidades expresivas del lienzo y la voluntad del espectador de dejarse seducir por estas manchas que, más que rastros de pinturas o alegorías a jardines, se presentan también como espectáculos surreales en plena explosión pasional de formas que cobran sentido allá dentro, en el interior de cada espectador.
No estamos ante los girasoles de Van Gogh, los jardines de Monet o El Bosco, ni las flores de Klimt, Gauguin y Amelia Peláez, con quienes podemos quizás tropezarnos navegando por estas zonas ocres, sepias, rojas, manchas negras y líneas finas. Estamos ante el jardín de un artista cubano, nacionalizado mexicano, que lleva en sí la formación académica y la memoria social de ser latinoamericano. Es este un jardín diferente al de aquellos antes mencionados, en tanto el suyo es exuberante y notablemente expresivo, y que parece situarnos no ya frente a un jardín en su esplendor, sino en un laberinto de enredaderas que cautivan. El suyo, por demás, es vertical, siendo así irreverente en su cosecha plástica, en su discurso irónico y mordaz.
Un jardín no se construye de la nada, parte de la intención y voluntad sostenida de su jardinero por encauzar tal empresa, cosecharla y llevar a buen puerto la consecuencia final con esa floración total de colores y olores. Así ha sido la trayectoria de este jardinero-artista. Gustoso de las experimentaciones y la gestualidad que logra desarrollar a través de la técnica pictórica, amante de lo sensitivo y lo vívido que logra a través de un grito interno que parte de su intuición, Ángel Ricardo Ricardo Ríos ha tenido a bien ofrecernos su primaveral y exquisito Jardín vertical, en el cual podemos tumbarnos, refrescar, desconectar, apasionarnos con esos colores y formas sensuales, instintivas, misteriosas y etéreas. Ciertamente, en medio de tanta vorágine tecnológica, social, política, económica, en la que el sujeto constituye el eslabón más importante y a la vez el más vulnerable, Ángel Ricardo construye su propio espacio otro, un Jardín vertical abierto a las escapatorias de los sujetos, que crece hacia arriba, hacia el cielo, hacia el infinito, hacia la verticalidad del espacio arte donde todo es posible.