Elizabeth Cerejido funge como una gestora cultural que busca nuevas aristas de conceptos tan problemáticos como identidad, diáspora y nación, a partir de su investigación sobre el arte producido en el binomio Miami-La Habana. Su presencia junto a una delegación de artistas y especialistas provenientes de Estados Unidos, en los Diálogos sobre Arte Cubano que sesionaron en Casa de las Américas, fue pretexto para crear nexos entre creadores y especialistas ―cubanos o no―residentes en ambos países; sin dudas una muestra de que este proceso de diálogos entre Cuba y los Estados Unidos, no solo debe ser pautado en el contexto de las relaciones diplomáticas internacionales, sino en todas las esferas de lo social y lo cultural.
Durante mucho tiempo existió una especie de separación entre el arte cubano producido en Cuba y el arte cubano producido por la llamada diáspora ¿Cómo se recepciona actualmente el arte de esa supuesta diáspora en Estados Unidos?
Esa pregunta tiene mucha relación con lo que hemos debatido en estos encuentros. El arte cubano que se produce actualmente en Estados Unidos no se entiende como un arte de la diáspora, sino como un arte que se produce con códigos que responden a la realidad cubana de manera muy auténtica, pero que también responden a un mercado que busca en el arte cubano una suerte de tipificación; dicha creación está muy ligada a lo que el mercado percibe que es el arte cubano. Una de las cosas que este proyecto se propone es reconocer cuáles son los factores de ruptura en el arte cubano, dentro y fuera de la diáspora, y específicamente entre Miami y La Habana.
El arte producido por artistas cubanoamericanos rara vez circula dentro de esa narrativa del arte cubano que le interesa al mercado americano, y que supongo que va a ser representada dentro de colecciones permanentes de las instituciones estadounidenses por la política de relajamiento en las relaciones bilaterales entre los dos países, pero esa es una labor todavía por realizar. Es necesario analizar de qué manera el arte de la diáspora se puede entender dentro del arte cubano con un espectro mucho más amplio, pues hay una cultura que nos une.
¿Considera que a partir de la normalización de las relaciones entre los dos países, las Bienales de la Habana se muestren más inclusivas con proyectos de artistas cubanos residentes en Estados Unidos, que han mantenido una actitud crítica con el gobierno cubano?
Resulta interesante, porque cuando nos reunimos con Jorge Fernández, el director de la Bienal, yo le hice una pregunta similar a esa y él me respondió que en Bienales anteriores habían participado artistas cubanos que residen fuera de Cuba. Pienso que, aunque no en proyectos de gran envergadura, definitivamente ha habido una representación. Ya desde los noventa, pudimos ver una exposición de pintura de José Bedia, curada por Corina Matamoros en el Museo, pero todavía falta en la Bienal una representación de artistas cubanos residentes en Miami, que es un espacio muy diferente al resto de las comunidades cubanoamericanas que están fuera de ese entorno, pues hay una carga política muy fuerte que ha llegado a enfrentamientos. Creo que las políticas van a ir cambiando con las generaciones más jóvenes y los artistas que vienen.
¿Cuál es el mayor conflicto del arte cubano contemporáneo a su entender?
Hay una generación de artistas produciendo obras que responden directamente a las exigencias de un mercado con una percepción muy fija de lo que es el arte cubano; quieren obras que reflejen la realidad cubana en un entorno excepcional y en un exotismo, y eso es lo que mueve los intereses de muchos curadores en el extranjero. En mi opinión esa ha sido una crisis que he notado en este viaje. Hay pocos artistas con proyectos renovadores o que reinventen nuevas propuestas dentro de su mismo discurso.
Las representaciones siguen siendo las mismas y se repiten, y yo creo que se repiten una y otra vez porque las obras se siguen vendiendo. Ahora si hablamos de un arte cubanoamericano o de artistas cubanos en el extranjero, estos se enfrentan a otras cuestiones como sostener su carrera artística y poder subsistir. Hay algunos que buscan soluciones más provechosas como ser profesores en universidades o academias que se relacionen de algún modo con la práctica artística. Por ejemplo, Glexis Novoa es uno de esos artistas que tiene una formación muy amplia desde su estancia en Cuba, pero se ha podido replantear otros retos dentro de su discurso, por lo que resulta renovador.
También entre de los artistas que han participado en estos Diálogos sobre arte cubano, se encuentra Leyden Rodríguez Casanova que tiene un discurso muy riguroso, el cual responde a su biculturalismo y a su realidad, que es vivir y producir obras en los Estados Unidos; cosa que es muy difícil porque no hay un estado, ni una infraestructura vertical que apoye a los artistas, y tampoco hay un mercado que funcione como aquí, pues no hay guaguas de turistas estacionadas afuera de los estudios esperando para comprar obras, porque se trate un artista cubano ubicado en un entorno exótico. Si quitas esta parte de la ecuación, te encuentras con los retos de cualquier artista en el mundo.
¿Cree que en la actualidad la Bienal de La Habana o el arte cubano en general, a partir de los cambios económicos, sociales y políticos que experimenta la nación, puedan convertirse en espacios de diálogos y de participación social?
Me parece que la Bienal puede retomar el enfoque inicial. No quiero hablar de proyectos utópicos porque pienso que el término está vacío y gastado, pero creo que estas discusiones que se han dado en Casa de las Américas han sido propicias y beneficiosas porque ponen en evidencia cómo la Bienal se aleja cada vez más de su función como plataforma social, donde muchas comunidades de artistas pueden sentirse representadas. Recientemente ha surgido, por parte de muchos especialistas cubanos, un interés por la obra de artistas que se criaron en Miami o en otros sitios de Estados Unidos y a los curadores de la Bienal les interesa esa línea de creación.
Ayer comentaba que la isla ya no solo se percibe como un espacio de paso, sino como un sitio de conocimiento, de divulgación y desarrollo del arte respecto al contexto internacional ¿Qué piensa que sea necesito de parte de los artistas y de las instituciones para impulsar el arte cubano?
Se necesita una visión más crítica, o cuestionarse cuáles son las funciones de algunos eventos. Por ejemplo, creo que la Bienal debe replantearse sus metas; o sea, definir si va a ser una plataforma comercial para que los artistas cubanos tengan mayor visibilidad con frutos económicos, o si es una plataforma que apuesta por un discurso crítico. Me gustaría que mi voz como gestora pudiera ser útil en estudios que aborden este tema, aunque yo no formo parte de las instituciones rectoras del arte en Cuba, por eso creo que sería oportuno que ellos también dijeran lo que opinan al respecto. Hay otros campos por descubrir y otros terrenos por explotar que deben ser de interés para la institución arte cubano.