Intersticios de lo «afrocubano»

Radiografía del término

/ 4 mayo, 2018

“(…) y siempre África del Sur, clavada en el pecho, eternamente clavada en mi pecho”.

Rogelio Martínez Furé

La preocupación de las Ciencias Sociales por el componente africano presente en la cultura cubana halla su génesis en la figura de Don Fernando Ortiz, quien como parte de un movimiento intelectual mayor (a escala caribeña) abrió un vasto camino de revalidación de estas temáticas. De ahí el calificativo de «Tercer Descubridor» de nuestra Isla. Sin embargo, todo discurso descontextualizado puede tornarse excluyente o volverse presa de la inoperatividad científica. Tal es el caso de la etiqueta de lo «afrocubano» para clasificar una clase de arte, término que acaba siendo una suerte de comodín para hablar veladamente de distinciones raciales en una nación donde la mixtura étnica constituye el principal baluarte. Pregunto entonces: ¿Resulta atinado, pertinente o respetuoso en nuestra realidad contemporánea continuar empleando la categoría «afrocubano»?

El término, en tanto herramienta de la crítica, resulta conflictivo, pues aun cuando se pretende aglutinador de un tipo de arte que mira a nuestras raíces africanas y/o a las expresiones cubanas de las mismas, ha terminado por ser entendido como agrupador de un conjunto de artistas que como «producto de su color de piel» han reparado en estos temas. En este sentido, encontramos a Manuel Mendive, Belkis Ayón, Roberto Diago, Choco, etcétera. Ahora bien, qué hacer entonces con Leandro Soto, Santiago Rodríguez Olazábal o Moisés Finalé, quienes tienen un acercamiento igualmente enjundioso al asunto pero son encerrados en otro «grupo racial».

Utópicamente hablando, para que el calificativo «afrocubano» tuviese una justa razón de ser debieran existir equivalentes como europeocubano, hispanocubano o chinocubano, pues los componentes étnicos de la nación cubana trascienden lo español y africano. Sin embargo, nadie hace referencia con extrañamiento a elementos o estéticas provenientes de nuestra raíz «caucásica», ni siquiera se torna pertinente clasificarlo. Si todas las religiones en Cuba, como fruto de la transculturación, tomaron otro matiz amén de su origen ¿por qué bautizar de «afro» todo lo diferente?

Si fuese necesario juzgar el papel de la historia en esta polémica veríamos que dicha etiqueta en realidad es expresión de un prejuicio racial muy arraigado en nuestra estructura social, el cual funge como costra cultural que impide la neutralidad frente al asunto. Explico, al inicio de la Revolución Cubana las prácticas religiosas de matriz africana fueron invisibilizadas, pero lo católico también sufrió esta marginación. Ser totalmente «ateo» era el patrón a seguir entonces, ¿cómo se explica la mirada peyorativa a lo negro hasta hoy? Es un arte aceptado y valorado en la academia, incluso expuesto en importantes galerías y circuitos, pero se le guarda el recelo de lo folklórico, pintoresco, primitivo, solo útil para vender una imagen «estereotipada» de lo que somos. En qué medida resulta justo marginar hipócrita y veladamente un sector artístico que a diario trabaja con la antropología cultural al intentar fundir una sociedad cada vez más estratificada, mediante la comprensión de la diferencia, o mejor, a través de la disolución de la mirada colonialista a las «otredades».

Al final, toda negatividad parte de un juicio estético eurocentrista que juzga el arte desde otros paradigmas. Lo más triste radica en el hecho de que no necesitamos a nadie que venga a segregarnos, nosotros mismos nos encargamos de acentuar a diario la línea diferencial. Lo cierto es que este arte o estos artistas han sido objeto de criterios racistas desde la crítica o quizás de una escisión a partir de un reconocimiento racial, este último, amén de sonar más edulcorado, también es una manifestación de racismo. Eso sí, considero que algo que comenzó como expresión de marginación, los artistas involucrados lo revirtieron en un discurso que expresa el orgullo de ser cubanos desde matices asociados a África, sin dejar ver en ninguna medida conflictos asociados al color de la piel. El pensar que tanto los artistas como los intelectuales que validan la producción de estos son parte de un gremio «negro» es un juicio excluyente y eminentemente racista, cuando profesionales de la talla de Lázara Menéndez nunca han sesgado en el empeño de darle el reconocimiento debido a este fragmento de nuestra cultura.

Asimismo, vemos como el criterio racial acaba estereotipando el discurso artístico. A menudo vemos la obra de Belkis Ayón dentro del saco de las prácticas religiosas «afrocubanas», cuando en realidad su poética se valía del ñañiguismo para enarbolar un discurso de género, y no necesariamente de raza. Igualmente, encontramos a Carlos Martiel, quien posee como preocupación medular la migración, siendo ajusticiado por la crítica a partir de su color de piel, como un exponente de la racialidad en la performance, ¿acaso el tener mayor melanina en nuestro organismo ha de determinar los resortes provocadores de nuestra obra profesional?

Por último, resulta oportuno ver la inoperatividad de esta categoría a la inversa. Cuando llamamos a alguien o algo «afrodescendiente», «afrocubano» o simplemente «afro», estamos dejando fuera a los presuntos «blancos» cubanos. ¿Qué hacer entonces con los «bisabuelos negros» de estas personas? ¿En qué medida la apariencia física o el blanqueamiento (como resultado de infinitas y azarosas mezclas interraciales) pueden determinar la pertenencia étnica a determinado grupo social?

Las preguntas ya están sobre la mesa, ahora solo nos queda ver qué solución acepta este problema. Los tiempos están cambiando a una velocidad alarmante, y nosotros, como ciudadanos del mundo y sujetos de nuestra época, tenemos la obligación de cambiar con ellos. Resulta necesario renovar el guardarropa de categorías científicas en función del momento artístico que estamos presenciando. «Tolerancia» y un «no a la discriminación racial» podrían ser buenos primeros pasos…

Dayma Crespo Zaporta

Dayma Crespo Zaporta

(La Habana, 1994). Licenciada en Historia del Arte. Profesora de Antropología del Instituto Superior de Arte (ISA). Miembro del Consejo Editorial de la Revista Universitaria UPsalón. Colabora con publicaciones como UPsalón, ArtOnCuba, A Mano, Cachivachemedia, D Aquí, etc.

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