Hace apenas unos meses, la Casa de México Benito Juárez en la Habana Vieja se colmaba con la obra de Miriannys Montes de Oca. Los soportables pesos del ser se titulaba esta muestra con la que la joven artista culminaba sus estudios en la Facultad de Artes Visuales de la Universidad de las Artes (ISA).
Para quienes tuvieron la suerte de asistir al evento expositivo o para aquellos que han seguido de cerca la trayectoria de esta creadora, es fácil percatarse de la connotación que adquiere lo pictórico en su discurso. Aunque haya experimentado con los más diversos medios expresivos, destacándose particularmente su incursión en el performance, su formación como pintora la delata. Un acabado preciosista, rico en colorido y detalle caracterizan toda su producción. Y es que a Miriannys siempre le ha interesado el artilugio, la falsedad que puede esconder la belleza, la decadencia que subyace tras la aparente felicidad de colores llamativos y formas perfectas.
Este cuestionamiento de lo entendido como “bello”, la artista lo ha sedimentado a través de la mirada hacia el universo kitsch. Así, por ejemplo, las flores han rebasado los bastidores de sus grandes pinturas para impregnarse a la manera de mosaicos industriales en la sobriedad del pavimento cerámico del ISA (Nuevo aura, 2014) o como envoltura para inmensos ataúdes (Delirio, 2014). Lo interesante de este proceso no es la reivindicación o el rescate de las formas de la cultura popular o de consumo masivo como lo fue en el arte de la década del ochenta, sino que con este gesto Miriannys se complace en lo paradójico, o en lo que hemos incorporado como tal para develar nuestras construcciones culturales, nuestros artificios. La incidencia de estas falsas creencias en el comportamiento humano y en el fundamento de su placer sobre pilares convencionales, endebles es resumida por la artista como “la necesidad del hombre en su cotidianidad de vestir la penuria con una belleza que cree cierta y que resulta tan ambigua como el propio gusto”.
Por supuesto, atendiendo al contexto desde el que surge y se pronuncia la obra de Miriannys, el arte y los presupuestos edificados con los que este opera y legitima, no queda ajeno. La preminencia de una manifestación o tendencia determinada (pintura, arte conceptual, objetual o instalacionismo) que ha signado etapas en el discurso del arte cubano, ha sido un argumento que seguramente en la época generacional de aborrecimiento pictórico que le tocó vivir a Miriannys en el ISA, la impulsó a discernir sobre estas cuestiones.
Contra esta moda decandentista plagada de intereses y convenciones de los que como actuantes en el circuito artístico no nos hemos sabido desprender, arremete Miriannys, con sus pinturas y acciones excesivamente decoradas, sabiendo que son ruido estridente para muchos “necios” empeñados en su infortunio. Su felicidad, entonces, Miriannys la entrega, como dijera Mayra Sánchez Medina, desde la “sacralidad sitiada por aquel doblez, que alguna vez le sirvió de atalaya” constituyéndose un “delito estético multiplicado y redimido por la autenticidad de su conmoción existencial”.