La misión del artista como ente de real poder y protagonismo en el cambio o en el mejoramiento social ha sido, desde hace ya tiempo, cuestionada y relativizada. Sin embargo, el creador contemporáneo no ha dejado de erigirse como analista del mundo en que vive, quizás ya no más con un espíritu romántico de transformación, sino como parte de la propia esencia de su labor. Su relación con el entorno, que se propone más directamente en unos casos que en otros, sigue modulando las propuestas artísticas y los discursos visuales en la actualidad, en el mundo y en Cuba.
Frank Martínez es un creador ya renombrado en nuestro ámbito por su afán de adentrarse en los recodos de los procesos sociales y culturales en que nos encontramos inmersos. Su expo personal Penetraciones, inaugurada en la galería Artis 718 el pasado viernes 10 de febrero, hace gala del propósito. Las obras se enfrentan con un tema tan problemático históricamente en el arte latinoamericano y cubano como el de la identidad. Las reflexiones sobre el poder de las influencias culturales y simbólicas, las injerencias, las imposiciones logradas mediante sutiles saturaciones visuales son situadas en escenarios que a primera vista pudieran remitir a un concepto caribeño visto en su generalidad de subalterno. Pero la solución museográfica no ha dejado lugar a equívocos: la imponencia del malecón desbordado en la obra Muscle, colocada a modo de recibimiento en la galería, deja clara la cercanía con una realidad aún más próxima.
Las locaciones de esta y otras piezas, en las que se repite el motivo del agua inundando la ciudad ampliamente caracterizada como La Habana, remiten a un acontecer propiamente cubano. Sería sin embargo, enmarcar en estrechos límites la amplitud conceptual de la propuesta, si se le anclara solo al presente. El discurso de esta expo se basa en las crónicas de una historia mucho más larga y antigua, contada mediante el binomio penetración-resistencia. A partir de la idea, el artista despliega en cada obra un enfoque particular, en el que la balanza bien puede aparecer inclinada hacia uno u otro elemento de dicho binomio, o sencillamente trata de encontrar su punto de equilibrio.
El artista usa la historia a favor de su discurso, se apoya en testimonios visuales, se interesa por dar ciertas connotaciones documentales a su análisis, por presentar una mirada múltiple, diacrónica de la temática. Su trabajo se asemeja al del investigador, al del científico, que se afana en encontrar la verdad, a partir de la recolocación y valoración en medida justa del conocimiento y los hechos de los que tiene certeza. La diferencia en la labor del creador es que este necesita sobrepasar los límites de lo comprobable, plantear previsiones, combinar las verdades factuales con las subjetivas y resumirlas mediante el complejo lenguaje de la composición pictórica.
A este fin tributa perfectamente la escogencia de lo que pudiera llamarse un hiperrealismo contemporáneo. Un grupo de obras se encuentran realizadas a carbón sobre tela y en el otro esta técnica, junto al pastel, se han combinado con la impresión digital, para dar lugar a interesantes soluciones, no solo en el plano formal, sino destacables por su ingenio conceptual. La evidencia de la forma permite, por tanto, al espectador dirigirse directamente a desentrañar las connotaciones simbólicas de los elementos en el cuadro, a relacionarlos y confrontarlos con su propia realidad. No se trata esta vez de descubrir, a través de intrincadas asociaciones, la relación de los símbolos presentes en la obra con una posible y hasta ajena interpretación, sino de asociar las metáforas, ciertamente en ocasiones demasiado evidentes, con el vasto referente visual de la vida diaria en esta ciudad en constante movimiento.
Penetraciones es una muestra en la que se despliega el disfrute sensorial, combinado con la sorpresa que aparece ante el descubrimiento de los anacronismos simbólicos incluidos en las obras. El empleo del motivo del diluvio o la inundación, puede entenderse incluso como apocalíptico, pero el abordaje de las obras trasciende las limitaciones de un simple pesimismo a ultranza. El blanco y negro dominante no remite a lo lúgubre, sino al matiz, sirviendo además como modo de homogeneizar historia y contemporaneidad, de dar a las obras y a la vida el necesario sabor de lo relativo.