Impresiones sobre el performance Espejo de Paciencia
Dudar de “lo real” o la frágil línea que separa la apariencia de la materialidad, pareciera un síntoma de las sociedades contemporáneas. Así, solo pudiese ser una grabación una muchacha que te llama y te invita a jugar palmas en medio del opening de una inauguración de nuevos medios. Son muchos los artificios que hacen vacilar a los espectadores frente al Espejo de Paciencia de la artista cubana Susana Pilar Delahante Matienzo. Esta obra, que tuviese recientemente una segunda “puesta en escena”, está comprendida en la selección de obras que integran la muestra Cuban Virtualities: New Media Art from the Island curada por Rewell Altunaga y Liz Munsell. La exhibición tuvo lugar en la Sullivan Galleries, en la Escuela del Instituto de Arte de Chicago, y fue organizada por J. Gibran Villalobos y Wil Ruggiero. La realización de esta suerte de video-performance, o más bien performance de las redes sociales, contó con la colaboración de OnCuba y Art OnCuba, desde cuyas oficinas sucedió el performance.
La obra consistía en que la artista, en tiempo real desde la Habana a través de Internet, jugaría a las palmas con el público norteamericano. Luego de algunos percances y ante el escepticismo de los espectadores, que creían que Susana era solo un vídeo, algunos curiosos comenzaron a acercarse a la artista para jugar con ella. Sin embargo, lo que resultaba más sorprendente era la pregunta de muchos asistentes que, inmediatamente, se cuestionaban: ¿eres real? Por supuesto, ante la confirmación de tal interrogante se abalanzaban muchas otras y el inevitable desconcierto de: ¿estás en la Habana?! Algunos visitantes le confirmaron a la artista su estrecha relación con la Isla y, al unísono, confesaron su estupor al poder hablar con ella vía internet; hecho que pareciera surrealista ante la desconexión que nos impone nuestra condición “tercermundista”, “periférica” y “bloqueada”.
Espejo de Paciencia intenta develar, en un acto sumamente lúdico, la automatización del mundo contemporáneo, esa especie de inercia en la que desconfiamos de “lo rea” o, mejor, de la construcción de la realidad. Por otra parte, la obra es también una especie de descubrimiento del “otro”. En este caso, Susana ha alterado las nociones dicotómicas “primer mundo”-“tercer mundo”; ella, en su condición de artista cubana, actúa ahora desde el espacio “descubridor” que pretende, desde la libertad y la inocencia del juego, reducir los distanciamientos físicos y culturales. La elección del público norteamericano para la interacción durante el performance no fue para nada fortuita, responde a una voluntad que procura desmaterializar los límites geográficos, históricos, artísticos e incluso tecnológicos que han separado a Cuba de los Estados Unidos.
Paradójicamente, al mismo tiempo que el hombre ha provocado un inconmensurable crecimiento tecnológico, se ha convertido en una especie de ser dependiente y enajenado. No resultaría entonces demasiado aventurado afirmar que se ha invertido la relación de verticalidad sujeto-tecnología. Esa subversión, aparentemente controlable, alcanza todas las esferas sociales y ha provocado, incluso, recelo ante la creación artística. Así lo confirmaron algunos espectadores que, durante los inicios de la muestra, pasaban de forma indiferente ante la pantalla desde la que Susana pretendía persuadirlos para jugar con ellos. Precisamente, el contexto artístico no escapa de las lógicas contemporáneas; por el contrario, se convierte en un espacio de éxtasis, donde se advierte una marcada separación entre el arte y la vida. Pareciera que los teóricos posmodernos se hubiesen adelantado demasiado en declarar la pérdida del aura. Así, los asistentes al evento se enfrentaban al doble reto que suponía jugar con una persona que era, en realidad, una imagen proyectada sobre un fondo y, además, trastocar el recinto “sagrado” de la galería para convertirlo en un espacio de juego.