“El hombre nace libre, pero en todos lados está encadenado”
Jean-Jaques Rousseau
El arte hoy está especialmente vinculado al existencialismo. En el último año han emergido con apremio, tanto dentro como fuera del campo artístico, impulsos narrativos referentes al significado adquirido por las muchedumbres, la colectividad, la vida pública. Algo así como una suerte de metafísica, estructurada a partir de la unidad de sentido hombre-masa. Esa variable parece ser el centro fundamental de los debates sobre la cultura que ahora mismo acontecen en la Isla. Entre tensiones ideológicas e ideas de cambio, Estado Natural, la más reciente exposición personal del joven Alex Hernández, se inserta arrojando lucidez.
La conciencia desplegada por el artista en tan apretado ejercicio intelectual me permite comprobar que la inercia, la repetición y la autoflagelación no integran nuestro destino manifiesto, tampoco nuestro estado natural; hemos sido modificados de alguna extraña manera.
Durante algún tiempo hemos afirmado que el signo definitorio de nuestro presente es la incertidumbre, justificado así más de un gesto artístico. Con esta exposición y tras analizar todas las connotaciones que ha tenido, he podido comprobar que nos hemos engañado durante demasiado tiempo: el síntoma clave de nuestro presente no es la duda, ni siquiera el escepticismo; es la certeza absoluta de que socialmente no hacemos hoy más que consumir los residuos de una gran y trasnochada idea.
Una explicación general nos permitirá evitar algunos malentendidos: en la condición histórica que la humanidad se encuentra, la crisis de la razón totalizante y autoritaria, patrimonio del pensamiento occidental, es una realidad comprobable no solo en el plano subjetivo, sino en la vida cotidiana. Ello devela dos grandes verdades. Primero, que tras cada sistema o estructura se encubre una relación de poder, en esencia violenta y marginadora, que los seres humanos de conciencia plena no soportamos. Segundo, que todas las ideas absolutas, asumidas tradicionalmente como sostén de cualquier tipo de ejercicio de autoridad, han perdido sustancialidad y magistratura.
Presumir que nuestra sociedad vive al margen de esta crisis, más aún en nuestras coordenadas actuales, es casi un gesto de lesa humanidad.
Al respecto, Alex Hernández no hace más que trazar preguntas, algunas de ellas claves para comprender el presente cubano. El ensayo artístico que despliega se centra en nociones como patria y sociedad, y hace claras distinciones entre una y otra girando en torno al concepto Estado propiamente dicho. Se rige por un modelo creativo consistente en sacar provecho de la intertextualidad y de lo fragmentario; y procurar que cada obra o acción funcione como una nebulosa red de significados, cuya mayor valía es la intensidad de las interconexiones que entre sus estructuras ha programado. Acorde a esta lógica, la obra nunca tendrá un cierre definitivo, dado que es imposible detener el poder de las asociaciones codificadas. Es una operatoria artística que mucho debe a los lenguajes de la programación, esa importante herramienta del conocimiento humano actual.
En esta exposición operan dos ejes de contenido fundamentales. Uno, en el work in progress titulado Estado Natural. Otro, en la imponente montaña de tierra InfértiI. El gesto en la primera de estas obras confirma que todo ejercicio de poder es esencialmente violento. Imponer a colonias de abejas una estructura de panal pre-concebida, diferente a la conformada por ellas de manera espontánea, es un ejercicio de autorreflexividad, que si bien tiene un alcance global, claramente se refiere a nuestra historia social.
En la segunda obra -morfológicamente más relacionada con prácticas objetuales que con el instalacionismo- la sugerencia concierne a dos términos muy específicos: patria y patrimonio. El contenido insertado por el artista para vincularlos es la infertilidad, y más exactamente, el control, la manipulación, el saneamiento, la búsqueda de la pureza de un lado; la muerte y su perpetuidad en lo estéril del otro. Todos los sentidos se organizan en torno a la idea de la cosecha: así queda entredicha la decepción de una determinada generación de jóvenes, abnegada por un futuro que nunca llega a amanecer.
La primera de estas obras es la más extraordinaria en temas de estructura, funcionamiento, expresividad y contenido: es un experimento en curso que brinda información de manera espontánea, y en el cual la acción artística consiste en la sugerencia o construcción de la situación y, posteriormente, en su interpretación, cuestión novedosa en materia de proceso artístico. La segunda obra, imponente por la manera en la que conquista el espacio y la crudeza de su significado, resulta más un alarde de ingeniosidad y de producción artística que un gran cambio a nivel expresivo dentro de la proyección del artista.
La lógica ensayística desarrollada por Alex en sus creaciones más recientes demanda de la curaduría un rol esencial. En esta ocasión, su instrumentación conllevó a fallos notables en cuestiones básicas. Por ejemplo, el mosaico de imágenes que acompaña a Estado Natural, intentando reflejar su envergadura procesual, sufre los excesos de una selección de obras desproporcionada. La instalación y/o configuración de Tremor, registro de la primera experiencia resultante, no aporta al conjunto, nada más que ruido -el dibujo sobre la pared que la conforma tiene un pronunciamiento un tanto invasivo; colmó el espacio de manera tal que parece colgar de alguna incierta parte de la curaduría. Cuando se maneja tanta información, cuando se cuenta con ideas tan poderosas, deben cuidarse las proporciones de cada dosis. Más aún cuando se piensa en modo ensayo. Porque se corre el riesgo de ser demasiado ininteligible.
Dos piezas tan potentes como las anteriormente mencionadas, con una calidad reflexiva tan refinada, con estructuras narrativas tan densamente pobladas, con tanta información en sus adentros; pueden cada una por sí sola constituir una exposición. Para que el sentido de cada una las desborde, es necesario dotarlas de un espacio de calma, independencia semántica, si no de autonomía contextual, que le dé tiempo y espacio al espectador para leer e interpretar. De por sí ya tienen tramas teóricas fuertes y estructuras complejas instituyéndolas, lo que propicia el proceso de (des)familiarización al que están convocadas. Pero la línea entre esto, que es una situación regular en todo texto artístico que se precie, y el hermetismo, es muy delgada. Si los contenidos se entrampan, se solapan, oscureciéndose, no habrá erudito que logre descifrar la cuestión narrativa. Y si el artista tiene que explicar su obra, quiere decir que esta ha perdido toda su autosuficiencia lingüística.
Quizás una buena forma de nutrir el contexto significativo existente entre la documentación y la obra en sí, hubiese sido emplear el catálogo a favor del registro de la narración, con alguna estrategia que evitara la disolución de toda la riqueza anecdótica del proceso de trabajo en ciernes. Al final, dicho relato es el verdadero sustrato científico de la acción realizada. Y en un tiempo tan agitado como el que nos ha tocado vivir, el viento arrasa con todo, y las buenas intenciones: la verdad no puede quedar sujeta a unas pocas conjeturas y en un rumor. No aprovechar la capacidad narrativa de Estado natural y contentarse con su poder sugestivo, pudo convertir a la pieza en un despropósito.
Más allá de esos detalles, la exposición representa claramente el proceso creativo que atraviesa este audaz artista. Estado Natural, El paseante solitario y el antes aludido proceso de documentación, son excelentes maneras de alimentar con nuevos sentidos el interés especial que siempre Alex ha tenido por desvelar la geometría oculta o esencia gráfica de todas las cosas que componen nuestra realidad, y sobrevolar el trabajo que hasta el momento había desarrollado en los campos reflexivos de la abstracción.
Cera perdida, una serie de imágenes construidas en base al dibujo con tintas de pigmentos y acuarela a la encáustica, que se presenta en conjunto como instalación; remata de una manera magistral uno de los cabos sueltos dentro de su obra. Nos referimos a la práctica pictórica. Las soluciones formales implementadas, armónicas al concepto desarrollado en la exposición, resultan muy interesantes desde el punto de vista expresivo y el resultado estético es sustancioso. Es cierto que el motivo que utiliza, así como el problema que atiende, no son referencias novedosas dentro de la historia del arte cubano, pero el enfoque que el artista le inserta, la solapada intensidad que adquiere el discurso en franco diálogo con nuestro presente, ciertamente son frescas. Este conjunto de pinturas puede ser confirmado como instalación, a pesar de que a primera vista funcione solo como una serie de obras de diferentes formatos, porque el espacio cualificado por la unión de todas ellas, conforma un área de tensión reflexiva palpable, perceptible, ineludible. Pero si por una parte parece de vital importancia su presencia, por la otra –relacionada con la idea conceptual recreada- esta pieza puede ser prescindible.
El video Lobby -obra temprana dentro de la carrera del artista- se justifica como punto final de la muestra, aunque corre el riesgo de resultar otro exceso a nivel discursivo, porque explicita que el ensayo artístico del que ahora forma parte, no es cosa eventual, ni se circunscribe a nuestra realidad más inmediata. Es el resultado de un proceso de trabajo arduo, de una extensa observación; de más de diez años de faena y contingencia.
A pesar de la desmesura y a diferencia de otros tantos impulsos que se dan hoy día, esta exposición es un logro creativo, porque detrás de todo este despliegue hay una conciencia plena del valor que tiene una obra de arte en la contemporaneidad, así como del rol que debe desempeñar un artista joven en la sociedad que estamos construyendo. Recordemos, Alex Hernández es un artista, no un activista político. Su obra, consecuentemente, es un hecho estético, no una plataforma ideológica. La intencionalidad de su arte es sugerir; y así construir un espacio donde el resto de nosotros podamos pensar con total libertad de asociaciones.
La obra y el discurso así concebidos propician que el espectador, acorde a sus capacidades de lectura, puede arribar a catarsis propias. No olvidemos que tras una frase como “He cambiado yo, o ha cambiado la ciudad” solo subyace la sugerencia de cambio.
Solo me queda lamentarme por el corto tiempo que duró la muestra. Definitivamente se impone revisar las políticas institucionales: un esfuerzo constructivo tan fuerte como el desarrollado por Alex Hernández no merece solo un mes de exhibición. Ya viene siendo hora de que sea respetado el trabajo, el esfuerzo y la economía de nuestra joven intelectualidad.