Art Basel Miami suele convertirse en un punto de confluencia para muchos artistas cubanos, que esperan ansiosos la cita reuniendo esfuerzos y motivos –o inventándolos– para asistir a la mayor feria de arte de Estados Unidos, aunque paradójicamente muy pocos son representados por galerías que clasifican para el evento o se encuentran incluidos en la red de comercialización y distribución paralela a él. Pero el hecho es “estar” y aprovechar el macrocontexto para encontrar amigos, conocidos del medio que mudaron sus aspiraciones a Miami y yacen en un estado tan especulativo como nuestros artistas visitantes.
Como los ciclos suelen repetirse y retornar a un punto de inicio, en dicha ocasión no fue diferente. La feria volvió a estar poblada de una fauna cultural que pululaba por Miami tratando de encontrar un espacio de aceptación, aprovechando el sentido de colateralidad que activa el megaevento; al tiempo que alguna que otra galería importante aprovechó el entusiasmo del arte cubano para exhibir artistas que irónicamente son agrupados bajo el rótulo de “emergentes”, cuando en el terruño son deificados y elevados a la categoría de consagrados de talla internacional. Sin dudas una muestra de cuán obtusos y provincianos siguen siendo nuestros estándares cualitativos en cuanto a promoción y distribución.
La conocida galería Fredric Snitzer,[1] quien mantiene después de casi cuatro décadas su interés en la producción joven y su vocación regionalista por el ambiente cultural de Miami, presentó esta vez un grupo de creadores cubanos que han logrado acomodar sus obras en el circuito internacional de forma escalonada. María Martínez-Cañas, Enrique Martínez Celaya, José Bedia, Alexandre Arrechea y Rafael Domenech integraron una de las nóminas más vastas de arte cubano de la presente edición de Art Basel.
Cada artista presentó obras de reciente realización, inmersas en sus poéticas habituales; tal vez coincidieron todos –con una conciencia individual y personal– en discursar sobre la tensa relación entre individuo y espacio, mostrando de forma metafórica conflictos ligados a un contexto particular, donde el tema cubano lejos de caer en nacionalismos, reviste un matiz exótico y un perfume seductor para el mercado.
No puede esperarse más de eventos de este tipo, son encuentros prácticos que economizan tiempo y generan cuantiosos beneficios aunque para ello los valores de las obras o los propios artistas queden en un segundo plano; porque “en realidad las ferias son espectáculos inundados de adrenalina para un tipo de compra y venta en el que la intimidad, la convicción, la paciencia y la concentración, por no mencionar la reflexión, son esencialmente inexistentes”.[2]
*Todas las imágenes han sido tomadas de www.artbasel.com/catalog/artwork/13983.
[1]Fredric Snitzer Gallery, fundada en 1977, ha jugado un papel destacado en el lanzamiento de nuevos artistas de Miami a la escena internacional. La galería es miembro de la Asociación de distribuidores de arte de América y los creadores de su nómina han exhibido su trabajo en el Museo de Arte Moderno MoMA, el Whitney Museum of Art, el Whitney Biennial, Palais de Tokyo, Serpentine Gallery, entre otros.
[2]Jerry Saltz en El dinosaurio de doce millones de dólares, de Don Thompson. Ediciones Ariel, Barcelona, 2010.