Cómplices del secreto

/ 16 junio, 2016

No pude menos que evocar. La exposición Nexo Mixto inaugurada en la galería La Acacia, trajo a mi mente aquellos pasajes de Yo Publio donde Raúl Martínez nos hacía cómplices de sus secretos de adolescente. Tal cual eran relatadas las incursiones del artista en el cuarto de su hermano mayor, parecían volver a mi memoria: “Al tomar una de aquellas revistas ilustradas con dibujos desaparecía de allí, me refugiaba en el cuarto de los tesoros…me olvidaba del mundo exterior y me deleitaba con aquellas láminas (…) Asistía a una desordenada procesión de cuerpos que se multiplicaban y reproducían, creando nuevas multiplicaciones de figuras, todas desnudas, hombres y mujeres, que formaban un conjunto sensual.”

Estas aventuras habían sido la inspiración para la creación, ya a fines de la carrera de Martínez, de aquellos collages que recibían al espectador en la exposición Nexo Mixto.  E, insistiendo en la justificación de mis recuerdos, esta muestra devenía una confluencia de formas, unas alusivas y otras directas al sexo y al erotismo que la convertían en un conjunto sensual tan deleitable como lo fueran para el pintor las páginas de sus secretos.

Aunque ciertamente, en la muestra el número de obras con referencias sexuales explícitas era mayor, piezas como El poro de Humberto Díaz, S/T de Marianela Orozco y Flor de carne de Tomás Núñez (Johny), generaban un descanso en la recepción. A partir de elementos como la madera perforada o fragmentos de herrería, tornillos, tuberías y engranajes estos artistas delegaban en la imaginación del espectador el poder de construir una discursividad de lo propiamente erótico. Aumentaba, entonces, la efectividad de estas narrativas “veladas”, pues, bien es sabido que la sutileza en el arte se agradece y más si de arte erótico se trata. En una ocasión leí que el erotismo es un arte del control, del misterio y no del desenfreno. La distensión que produce la recepción de un hecho explícitamente consumado puede negar toda posibilidad de experimentar allí deseo alguno, en tanto este se resuelve antes de comenzar. Sin embargo, la imagen “borrosa”, ambigua, inquietante y provocativa es generadora de múltiples sensaciones.

Más allá de la pluralidad en los niveles de representatividad del Eros, en esta exposición los entrecruces se extendían. Devenía así, la mezcla, eje rector del discurso curatorial, intención proclamada desde un título enfático –indefectiblemente, todo nexo entraña una mixtura. La mélange, como le denominan los franceses, se percibía en las diferentes manifestaciones artísticas acogidas (aun cuando existiese un predominio de piezas bidimensionales) y, sobre todo, en las distintas generaciones de artistas participantes.

Sin una línea de recorrido dictada por lo temporal –hecho que quebrantaría, en cierto sentido, la noción de entremezclamiento- la muestra comprendía obras desde el siglo XIX hasta piezas del propio año 2016. Con el mérito, además, de no dejar grandes vacíos representacionales, quedaba esbozado una especie de mapa de la historia del arte erótico cubano –configurado, eso sí, a partir de algunos artistas y piezas que, estoy convencida, nunca fueron ni han sido asumidos como tal.

De esta manera, se transitaba por fotografías decimonónicas anónimas, mostradas estereoscópicamente[1], que dejaban en un segundo momento a Joaquín Blez legitimado por la crítica como el “primer nombre de relevancia del desnudo fotográfico del país”[2]. Resultaba obvia la inclusión de artistas de vanguardia, pertenecientes a la primera y segunda generación como Carlos Enríquez y Mariano Rodríguez, así como la de Servando Cabrera y Luis Martínez Pedro quienes, en los primeros años de Revolución, definieron una línea de trabajo eminentemente erotizante.

Sin embargo, se hizo lugar a una generación que pudiéramos denominar de museo, dado el extrañamiento que implica percibirlas en las frecuentes inauguraciones de galerías de nuestro contexto. Juan Francisco Elso Padilla, Gustavo Pérez Monzón, Tomas Esson han sido nombres en cierta medida silenciados por lo cual devenía gratificante su inserción. Y como era de esperar, se hizo espacio a propuestas de Roberto Fabelo, Juan Moreira, René Peña, Ernesto Rancaño e incluso de artistas emergentes como los Stainless.

El cuarto del tesoro aún permanece abierto. Permítanse asomarse y escudriñar, volverse cómplices de sus secretos, para embebidos de placer olvidarse, por instantes, del mundo exterior. Sería, este, un buen consejo del maestro Raúl Martínez.

 

[1] Técnica que crea la ilusión de profundidad en la imagen.

[2] Rafael Acosta de Arriba. La seducción de la mirada. Fotografía del cuerpo en Cuba.

Marilyn Payrol

Marilyn Payrol

(Santa Clara, 1990). Graduada de Historia del Arte por la Universidad de La Habana. Profesora de Teoría y Crítica de la Universidad de las Artes (ISA). Es editora del sitio web de Art OnCuba magazine. Textos suyos pueden consultarse en la Revista Artecubano, La Gaceta de Cuba y en Art OnCuba Magazine.

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