Cómo tomar a la institución por la fuerza

Acerca de Luis Manuel Otero Alcántara

/ 1 julio, 2015

No ser invitado a participar en una exposición, es un freno para aquellos que consideran las decisiones institucionales un impedimento. Pero existe otra postura que al menos en el arte cubano joven aparece bastante poco: entrar a la fuerza. Está claro que no todos los artistas pueden enfrentarse de esta forma a la institucionalidad y salir ilesos en el acto. Uno de ellos es, sin lugar a dudas, Luis Manuel Otero Alcántara.

En Post-it nadie lo llamó, a él ni siquiera le interesó presentar su proyecto a las autoridades del evento. Excelsamente maquillado, con un llamativo traje y un Beuysiano conejo blanco, caminó por la multitud interactuando con el público. Alcántara pretendía cortar la cabeza del conejo, lo cual hubiese provocado un gran revuelo; en cambio, se le propuso entrar en el catálogo si desistía de efectuar el sacrificio.

La marca de su obra está en hacernos sentir molestos. No podemos esperar una pieza linda de este artista; sin embargo, la belleza está implícita en la concepción estética del hecho, que se insta como operatoria. No es pernicioso que podamos reconocer patrones en su trabajo, pues en su caso la repetición de una solución ideoestética, no se acabará hasta haberse agotado del todo. En ese sentido reconocemos el uso de materiales pobres o reciclados, la alusión a la cultura de masas y el pop, la impronta afrocubana, la exacerbación del grotesco en la representación y el documento como apoyatura de un gesto en uno de sus estadios de desarrollo.

Soy de los que creen que su enfrentamiento a la institución (incluidas las autoridades policiales) durará lo que dura la falta del reconocimiento necesario. Pero también creo que la bomba que hace fluir su intrepidez artística es la que acelerará el merecido proceso de focalización, al cual injustamente aún no ha logrado llegar del todo.

Si pretenden no aceptarlo tendrán que aceptarlo de todas maneras, porque Alcántara está dispuesto a sacrificar el conejo, pero también a repensar con mente fría la posibilidad de negociar cínicamente con las autoridades, siempre y cuando el intercambio suceda bajo sus propios términos. Me gustaría ver qué ocurre cuando su nombre sea algo común dentro y fuera de Cuba y las bonanzas del mercado comiencen a exigirle cada vez más, la extensión hasta el infinito del modo de hacer que lo llevó al éxito. Quizás ya para ese momento su obra haya evolucionado lo suficiente para que aún a regañadientes, tenga que ser incluido en el glamuroso catálogo, de la más importante muestra de turno.

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