Clara Morera nació en Camagüey, Cuba en 1944. Estudió en la Academia de Arte San Alejandro, en La Habana. Fue miembro del Grupo Antillano (un grupo de artistas que exploraban la influencia de las costumbres afrocaribeñas en la conformación de la identidad cubana) entre 1970 y 1980. Morera vive y trabaja actualmente en la ciudad de Nueva York. Su lenguaje plástico tiende a materializarse en técnica mixta y ensamblajes, tapicería, dibujo, escultura e instalaciones. Su obra expone el sincretismo de la santería afrocaribeña (temáticas como la fe, la magia y el mito) mediante la representación de vírgenes, ángeles, orishas, entre otros elementos que la componen. Su trabajo ha sido expuesto en diversas instituciones como el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, la Casa de la Cultura Cubana en Praga, el 8th Floor Gallery en Nueva York, entre otros. En estos momentos, expone en la Salena Gallery, Long Island University, Nueva York, con su muestra Spiritual Concepts.
La escritora chilena Marcela Serrano en su novela Antigua vida mía, ha escrito una frase que me identifica desde el primer el instante que la leí: “Una mujer es la historia de sus actos y pensamientos”. ¿Es la historia de Clara Morera, la misma que la de sus actos y pensamientos?
Sí, para bien o para mal es la misma historia. No creo que me gustaría cambiarla.
Me detengo ante tu pieza Ponme la mano aquí, Macorina… Primero me sonrío y luego me pregunto ¿Mujeres santas o santas mujeres en tu obra?
Las Macorinas son tres, fue una serie muy personal que me sirvió como exorcismo contra situaciones recurrentes en mi carrera, destructivas -pudiera decir. La única mujer santa allí era yo porque era fuerte. Las Macorinas fueron un egbo, una limpieza y una reafirmación de mí misma. También la risa formó parte de ese exorcismo. Las Macorinas tienen una gran historia. Están ahora en la colección del Shelley and Donald Rubin. Eso también fue parte del exorcismo. Me hizo feliz esa serie.
La expresión del gesto, el sentido del humor, la actitud del verbo a través de los cuerpos representados, así como los atuendos y signos utilizados en la mayoría de tus obras sugieren una representación visual de la iconografía de la religión afroantillana. ¿Por qué la selección de dicha temática?
No, no siempre. Las Macorinas, por ejemplo, no utilizan símbolos de religiones afroantillanas. La influencia de imaginería de cultura negra, como la llaman, surgió de un movimiento muy interesante de los años setenta y ochenta, donde una serie de artistas, músicos, bailarines y escritores de mi generación empezaron a redescubrir lo que hasta entonces se consideraba folklore, salvando a Lam y algunos otros que se habían ido a París y por lo tanto no eran criticables. En mi caso, el encanto estaba en penetrar esos hermosos símbolos y mitologías y llevarlas a un lenguaje moderno. No que lo hiciera muy deliberadamente, simplemente mi mente y mi técnica no es convencional por lo tanto es casi imposible que mi obra tenga algo convencional. El lenguaje y los materiales también rompían cuadraturas y lo déjà vu. Los años que trabajé haciendo tapicería monumental y esculturas blandas me ayudaron a romper barreras formales como el respeto a un marco, por ejemplo. De ahí surgieron mis banderolas. En la cultura afrocubana quedaban algunas banderas que los esclavos habían logrado traer.
¿Alguna vez has pensado sobre algún tema (otro) en específico para tu obra y aún no lo has materializado?
No, yo no estoy atada a ese tema. En Canadá estuve en un congreso de La Joven Pintura de Canadá, que era un homenaje al Aniversario del Descubrimiento. Se llamaba Tierra Tierra, encuentro de Dos Mundos, yo fui con una serie sobre la conquista, nada que ver con las Antillas. También me interesa la mitología hindú y tibetana y he trabajado usando esos temas. Yo no guardo para luego, sí me interesa algo lo hago y ya.
Mirar al pasado con ojos que pido prestados, nunca está de más. ¿Qué hubo de bueno y de malo para las circunstancias del arte cubano realizado por mujeres en la Cuba de 1970?
Quizás fue difícil, sobre todo para las mujeres de mi generación. No estábamos unidos de ninguna forma a la generación anterior pero tampoco formábamos parte de la “nueva esperanza”. Sarita Gómez la nombró genialmente “La Generación del Experimento”. Eso fuimos. No fue una experiencia de mujeres en el arte, fue una experiencia de una generación bien rebelde y analítica, en el arte. Por otro lado yo no he sido nunca feminista pero tampoco “hembrista”. Me considero igualita a los hombres en lo que puedo, si necesito que alguien fuerte me ayude con algo no me importa pedirles el favor pero no me importa tampoco que no me den la mano para bajarme de un auto y esas cosas. Somos diferentes pero como que iguales y nos diferenciamos en algunas cosas. Eso está bien. No tolero el machismo (ni el “hembrismo”, llámese feminismo o reivindicación del sexo, etc.). Nunca fui discriminada en Cuba por ser una mujer artista, sin embargo tengo amigas, entre ellas una especialista de arte, que sí lo fueron.
En ocasiones, pareciera que tu obra grita desenfadada no en busca de entendimiento sino de contemplación y expresión. ¿Cómo llamarías al proceso de representación de la idea transformada en arte?
Yo creo que el arte no es para entender. Los libros son para entender, quizás las películas hay que entenderlas para disfrutarlas. Con las artes visuales igual que con la música no hay posible entendimiento. Yo no puedo entender un concierto, yo puedo experimentar un estado emocional que me produce el oír esa música. Con la pintura, escultura y otras artes visuales sucede igual, ¿cómo puedo entenderlas? Yo no puedo entender a Carmen Herrera, yo puedo disfrutarla, yo puedo identificarme con su obra que posiblemente me hable diferente que a otra persona. Nuestra percepción siempre será nuestra y no igual a ninguna otra. Por eso la relación de la obra de arte con el que la contempla es siempre única.
¿Cómo describirías el escenario actual del arte cubano en Nueva York?
¿Cuál? ¿Los cubanos de la Isla o los cubano-americanos? Hay quien se empeña en creer que los artistas se diferencian por donde viven. Algunas instituciones y coleccionistas tenían la idea de que los artistas que viven en Nueva York no son cubanos, sino americanos. Siguiendo ese mismo razonamiento, diríamos que Wifredo Lam, Cárdenas, Diago, por nombrar a unos cuantos, son franceses y no cubanos. Por suerte para mí, nunca me he encontrado con ese tipo de personas, pero los hay, en Nueva York.
¿Tienes preferencia por algunos espacios en específico para exponer y/o representar tu obra en Nueva York?
El Piso Ocho fue un espacio experimental muy interesante, donde por lo general las obras ya formaban parte de la colección privada de Rubin, pero donde los curadores cubanos hicieron una gran obra de curaduría, inclusiva, y con un amplio sentido moderno. Me gustan los museos y universidades, las instituciones, algunas galerías privadas y espacios alternativos como en la Avenida B y el Bronx donde hay una diversidad cultural que hace las exposiciones colectivas muy refrescantes y sorprendentes.
¿Podrías comentarnos sobre tu más reciente exposición?
El curador y artista Alexis Mendoza propuso una exposición solo para la Galería Salena, de la Universidad de Long Island, Queens, y en marzo del presente año la hicimos. El artista Bernardo Navarro me ayudó mucho con la selección y conservación de la obra. Estos dos artistas son como los aliados de los libros de Castañeda, siempre pude contar con ellos. La galería es muy grande y muy bella y mis obras parecían haber sido hechas para esas paredes circulares. Expuse diferentes técnicas y formatos, sobre todo las grandes banderolas donde me siento muy libre. Tuve una charla con los estudiantes de la universidad que se identifican mucho con la exposición. Se hizo un documental de la exposición que se va a presentar a cine alternativo en NYC.
¿Cómo te gustaría que se te recordara en el ámbito profesional / artístico?
Como una artista muy libre que se enfrenta a todo.