Arte de mi sangre (I)

Un tributo a las memorias…

/ 6 agosto, 2018

 “La historia puede legitimar, pero la memoria es fundacional”.

                                                                                                                        Joël Candau

 Omo – escultor Shango

“Cuando estoy en mi pincha trato la visualidad de la misma manera que cuando estoy haciendo ebbo. Cuando estoy ganguleando haciendo ebbo, tefando, no puedo olvidar mi formación como artista visual”.[1] Creación y tributo son actos de infinito amor, consagración para Dennis Izquierdo Valdés (1980), holguinero, graduado de escultura en el nivel medio en la Escuela Vocacional de Arte El Alba (2000); licenciado en Artes Plásticas en el entonces Instituto Superior de Arte (2008), hoy Universidad de las Artes, donde se desempeña como profesor del Departamento de Escultura en la Facultad de Artes Visuales.

En sintonía con la instrucción de la academia y la enseñanza de la familia se ha nutrido también de los saberes de la religiosidad cubana. El camino de tránsito con los eggun le permitió la comprensión de sus mensajes. Se inició en el Palo Monte a los 14 años, como omo Shango a los 27 y la integración al gremio de los oluwo a los 32. Esta forma de convivencia compartida entre el campo artístico y el religioso le han permitido creer, crear y crecer con pasos seguros, con sentimientos inclusivos y un elevado respeto por las creencias, las creaciones y el crecimiento de sus contemporáneos.

De las ocupaciones de su existencia hay dos que el artista asume con un acento devocional: trabajar la escultura y tributar a Shango. En el cosmos de este joven artista ambas se complementan de forma orgánica, gracias a la posición inclusiva que adopta ante la diversidad y riqueza de estas prácticas culturales.

¿Quién es Shango en Cuba? ¿Qué representa para Dennis?

Es la deidad predilecta de los hombres cubanos coronados en Ocha y la de los no coronados también. En una sociedad aun sentidamente machista como la cubana, una deidad que represente la virilidad, la vida licenciosa en ocasiones, un hombre dispuesto a luchar en el momento que sea necesario es como el espejo en el que se quieren mirar todos los cubanos, ya sea de forma declarada o encubierta.

En África fue cuarto Alafin de Oyó, una de las ciudades más importantes del reino yoruba en Nigeria. Aquí es el rey de los campos y las ciudades de Cuba. La narración oral y ya también la escrita lo describen de acuerdo a sus desdoblamientos o caminos: lisonjero, bailador, el dueño de los tambores y rey de los olu batá (Obbaña); el guerrero que lanza fuego, rayos (Shango Eye). Tanto era su espíritu de amoríos y juergas continuas que Obatalá, el dueño de las cabezas y la paz, rompió su collar de cuentas rojas y le incorporó cuentas blancas de su collar para que se tranquilizara, es así que viste igual con estos colores, predominando el rojo.

Para contentarlo acepta que se le pongan varios addimú, hay uno en especial que prefiere amalá ilá, cuatro príncipes negros y un racimo o una mano de plátanos (si son los llamados indios, mejor), asimismo cuatro manzanas. Y pídale a Shango que todo estará garantizado. Una amistad entrañable lo une a Oggún, oricha guerrero a quien Ortiz catalogó como “el tecnólogo de los metales”, por estar incluidos estos en su esfera de acción. Cuando es Arere vive en la fragua fundiendo a fuego vivo, junto a Shango Olufina, el que vive en la ceiba.

Es evidente que Santa Bárbara bendita, la santa mártir que prefirió la muerte antes de traicionar a Dios, no es Shango, más bien fue solo una estrategia para la defensa y supervivencia de los valores llegados de África y los forjados en las tierras cubanas. Puede que para algunos este criterio resulte sacrílego, pero tiene coherencia.

En las prácticas religiosas pone todo su empeño y sensibilidad artística para cumplir con cada uno de los requerimientos rituales. Este omo-escultor-Shango en la estera (frente al trono que se edifica en los aniversarios de iniciación) una vez colocó una calabaza de cuello largo, en esta puso el collar de mazo de Shango y depositó a cada lado de la calabaza una manzana (fruto que nació en Iworuturale, donde también nació el amor, evocación directa a Oshún). Detrás de la calabaza plantó una mano de plátanos, de esta manera fusionó el sexo masculino con el remedo del vientre femenino, su Yllibalé, para reafirmar la pertenencia de ese cuerpo, ahora en el altar y el altar mismo, que luego será realidad soñada y personificada en su apetebí.

La disposición de las ofrendas conformó una composición para ser representada en cualquiera de los soportes posibles, pudiéramos nombrarla Addimú de amor en agosto. ¿Un ejercicio evaluativo uno de tantos indicados en las clases o fueron las competencias del escultor al servicio de un emotivo tributo religioso?

Pasión por el fuego y el entendimiento con el bronce

Las lecciones de escultura de la academia, nunca desestimadas por Dennis, le reafirmaron el compromiso de no detener el ímpetu renovador, el no renunciar a las opciones, a   la libertad de sentir y decir el arte.

Aunque utiliza diversos materiales[2] se evidencia una marcada inclinación por la fundición en bronce a la cera perdida, sobre todo en sus producciones más recientes.

La fundición requiere conocimientos, auxilio en el trabajo y mucha prudencia. Con Dennis trabajan otros dos escultores, cada uno con sus poéticas bien definidas, pero en los momentos de fundir es preciso hacer equipo y Dennis pertenece a un trío de aerarius tan intrépidos como talentosos.

Los otros dos integrantes son del Departamento de Escultura de la Universidad de las Artes: Eudys Leyva Rosado, graduado de Escultura del ISA (2016), y Modesto R. Concepción Castaner, escultor y fundidor, quien aporta la sapiencia de más de 20 años de trabajo en la fundición.

El ambiente del taller donde laboran está impregnado de una fuerte espiritualidad, alimentada por la correspondencia de afectos y los modos de apropiación de la técnica de cada uno de los integrantes. Toda precisión es poca cuando se enciende el horno basculante para preparar el bronce al que se pueden agregar porciones de otros metales en función de la factura deseada: zinc o el mismo estaño. Al omo-escultor-Shango sentir la presencia del oricha, el sonido del horno; le impresionan la voz y las llamas que suben por el orificio de este, la personificación misma del que identifican como el dueño del fuego.

La colada es un momento culminante, mucho está en juego, el metal hirviendo recorre los canalillos que antes fueron los bebederos de la cera.  El tiempo de espera se convierte en sesiones de trabajo para mejorar la próxima colada.  Sigue el desmontaje de los canalillos y la depuración de sobrantes. La aplicación de alguna pátina permitirá la terminación de la obra.

La apropiación de la técnica milenaria utilizada en la Roma clásica, trabajada en talleres etruscos y en el reino de Benín desde el siglo XIII, ocurre para lograr la reproducción fiel de las formas tomadas de la realidad. El conservar la tridimensionalidad de la pieza no limita para nada que su quehacer vaya más allá de lo “expandido”, en sintonía con las prácticas escultóricas más actuales. La estrategia es edulcorar la recepción con el buen oficio, en la medida que seduce y provoca con el nivel de conceptualización de lo representado.

Don’t touch banana[3] (2017) es una pieza de dimensiones variables expuesta en la muestra Tiro de gracia, Galería Acacia (en la sede temporal de Playa). Constituye una obra emblemática cuando se trata de este hacer arte con aché.[4] El artista travistió la materialidad de una de las ofrendas predilectas del oricha en un racimo de proyectiles,  al incluir el elemento de floración no renuncia a la esperanza de que hombre recupere la prioridad de defender la vida, el material escogido para esto es el bronce. El racimo metálico recuerda a los que ha colocado en el trono en tantas fechas de sus celebraciones religiosas. Adalay Pérez en el sitio Cubarte ha dicho:

Desde el título, Tiro de gracia, se anuncia la recurrencia de este creador al tema bélico, el cual ha ocupado gran parte de su quehacer, incluso desde los años de estudiante, cuando concibió piezas que solo ha podido materializar para este proyecto.

Esta mirada concuerda en el acento crítico con la historia contada y la que hoy se construye, tema recurrente para muchos artistas de las más jóvenes generaciones, en este sentido se valora el acento transgresor del discurso. El interés se percibe solo en uno de sus lados, el derecho, pero el de su apellido, el del corazón, no fue sugerido. No consideraron esta vez hacer alusión a la religiosidad.

En ese racimo-proyectil está el espíritu del guerrero de tantas contiendas, las que pudiera librar por los sucesos de la geopolítica internacional, las escaramuzas del belicismo social cotidiano (que pueden provocar hasta la muerte) sin utilizar el hacha bipenne[5] de Ayé, Eluguekón (tantas veces referenciada) deja muy claro que como  “Omanguerillé tiene la guerra en la cabeza” (Bolívar, 2017, p.260).

En su obra, la heredad de la africanía, más allá de la religiosidad, se cimenta no como deuda, sino como una necesidad orgánica. Dicha heredad coexiste de forma indivisa con sus modos de decir, y aun cuando en momentos se le antoje travestirla, esta siempre permanece vigente. Los referentes, por el accionar concomitante en el tiempo y las intenciones, pudieran pensarse como una conjunción tríadica, cuya producción  no se detiene, Lescay-Diago[6]-Izquierdo. Dennis al igual que estos dos artistas cubanos ha transgredido también los límites académicos para pensar y hacer la escultura desde y por la diversidad con un respeto absoluto por la memoria invisibilizada de la nación.

[1] Declaración escuchada en el taller donde trabaja el artista. Mayo 2018.

[2] En el año 2012 expuso, Cadena de favores en Galería Habana. Consistía en una tina de madera, contenedora del líquido que en la liturgia cristiana representa la sangre de Cristo, esto para otros solo sería una degustación   exquisita. La presencia de una joven sentada en la tina, cubierta con el vino, entonces incitó y manipuló el morbo de los presentes, quienes para ver su cuerpo desnudo debían beber con solventes hasta lograr el propósito anhelado.

[3] Los plátanos en Cuba pertenecen a la familia de las Musaceae, de la especie Musa Paradisíaca, sus nombres vulgares en diferentes países: plátanos, bananos, cambur, topocho, maduro, guineo. Varias son las clasificaciones en Cuba, es así que los nombran popularmente machos, burros, enanos, ciento en boca, indios, entre otros.

[4] Así se nombra en las prácticas de la Regla de Ocha a las fuerzas nutricias de las espiritualidades recibidas de los orichas. Son fuerzas sostenidas con el buen proceder, el cumplimiento con los orichas y la búsqueda del equilibrio entre las energías propias y los cosmos que circunda a todos los seres.

[5] Uno de los atributos distintivos del Oricha de mayor visualización.

[6]La legitimación de estos dos artistas se ha edificado con la producción de obras de una tremenda fuerza evocadora de la ancestralidad africana. Paradigmática la propuesta de nganga madre, Monumento del cimarrón (1997) bronce, hierro y otros materiales de Alberto Lezcay Merencio (1950), emplazado en la Loma de los Chivos, poblado de El Cobre, provincia Santiago de Cuba, en un contexto sincrético de devociones múltiples. En el orden de los tributos coincide la serie Oggún Arere (2002) metal, yute, tela, soga y acrílico de Roberto Diago Durruthy (1971), expuesta en el Museo Nacional Bellas Artes como parte de la muestra personal Comiendo Cuchillo.

Ercilia Argüelles Miret

Ercilia Argüelles Miret

(Matanzas, 1963). Graduada de Historia del Arte. Profesora de la Universidad de las Artes (ISA). Colaboradora del Grupo de Religión del Instituto Cubano de Antropología (ICAN).

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