No existen tierras baldías para quienes se mantienen fieles al ejercicio de aprehender con alma y mente el paisaje natural. Pocos poseen el don, como si de una gracia divina si tratara. Con maestría admirable obtienen siempre del terruño, lo entrañable; de los lagos, la limpidez; del árbol, el verdor. Y así, infatigablemente, traducidos en sugestivos ensayos plásticos, prevalece en sus contemplaciones la voluntad férrea de otorgar una condición ideal a toda materia ostensible.
Si bien, muchos de los que han cultivado el género del paisaje han sido responsables de generar estereotipos asociados a la inocencia y calma de la campiña o al sentimiento puro de la imagen bucólica, o al retorno del orden y corrección del componente natural; es difícil, en cambio, negar el poder conectivo que tiene el paisajismo con los distintos niveles de la emotividad humana. Seguramente porque la creación se cimienta en estas buenas memorias de la vida que como deseo innato de su especie el hombre se aferra a rememorar.
La sala transitoria de la planta baja del Palacio de Lombillo acoge una de estas muestras donde el enclave natural se trasmuta en descargas de emoción, como si el fin perseguido fuese transitar por la totalidad de los estados del alma. En lienzos de mediano y gran formato, se despliega el óleo a base de trazos de espátulas cual dictado divino. Quien pinta, Carlos Alberto Casanova, es oriundo de Camagüey, y precia las vistas de su Santa Teresa natal de una suerte de misterio y espiritualidad que acercan al espectador sensible las nociones de lo sagrado y esotérico del mundo. El propio artista ha confesado que Dios es su verdadera vocación y que se considera “un pintor religioso”.
La representación, sin limitarse a cumplir con el goce estético, invita al encuentro íntimo, con el móvil primero de conducir al hombre a un estado de paz interior, cual proclama de los fundamentos de las religiones orientales. El reposo se instaura en el cuadro a la manera de un recinto para meditar. La ausencia humana en el espacio pictórico queda entonces suplida por la presencia mental de cada observador, convertido, una vez que confronta las obras, en viajero de espíritu y mente.
Los tonos suaves de la paleta cromática, apastelados predominantemente, el tratamiento formal de la luz, el rigor en los detalles, adquieren en su conjunto un tono romántico. Se advierten referentes visuales de varios de los cultores tradicionales del género: Romañach, Chartrand y con mayor acento, de la obra del pintor ruso Iván Ivanovich Shishkin, a quien el artista reconoce como su maestro. Ha estudiado atentamente sus reproducciones, ejercicio para el tratamiento del color y la composición. Asimismo, sus escenas, diurnas casi siempre, vienen imbuidas de una luz impresionista, un poco asemejándose la visualidad a un paisaje de Monet; pero donde el maestro francés pone en ocasiones, carácter cortesano, Casanova insiste en otorgar perenne quietud, y despeja toda la escena de cualquier presencia que no sea el paisaje mismo en su estado más virgen.
El estudio de los maestros del arte renacentista también se hace evidente, en la manera en que logra el tratamiento de los puntos de fugas, característica distintiva de la muestra en su totalidad. Cada paisaje convoca a recorrer un camino, señalando apenas el inicio para luego perderse hacia un destino que solo compete a quien elige recorrerlo.
“Alegre caminante” como se titula la exposición, es la muestra irrefutable de que el paisaje, desde su filiación a los presupuestos más tradicionales del género, puede encontrar siempre dignos hacedores que lo ponderen y lo sitúen en un lugar meritorio dentro de los predios del arte actual. Carlos Alberto Casanova, apenas comienza este camino de dignificación del género, en tanto su nombre se desconoce aún por un público lamentablemente amplio. Sin embargo, el rigor de su técnica, y la visualidad tan impactante de sus obras no atrasarán mucho más el encuentro con uno de los pintores de más esmerado oficio del género paisajístico.
Rosendo Agramonte Herrera.
24 noviembre, 2017
Hola.Primeramente agradecer y mi eligio para sus palabras senorita,que das el otro arte de la oratiria. Para mi coterraneo y hermano Carlitos .solo tu obra es quien habla por si sola.Dice mucho de ti y todo el espiritu que te llena.Gracias Carlitos por estar y todas esas maravillas que haces.