La infancia y adolescencia de Manuel López Oliva (Manzanillo, Granma, 1947) transcurrió en un profuso ambiente cultural, ya que su padre era pintor –eventualmente, hacía máscaras para los carnavales – y estuvo vinculado a la revista literaria Orto, fundada en 1912 en Manzanillo, con el objetivo de difundir la cultura y la identidad nacional.
López Oliva forma parte de las primeras promociones de artistas egresados de la Escuela Nacional de Arte (ENA). Al año siguiente de recibir el premio colectivo Adam Montparnasse a la Joven Pintura en el Salón de Mayo, París, 1968, concluye sus estudios profesionales. Su poética se inserta en el panorama artístico de la década del 70, denominada “la generación de la esperanza cierta”. Su reconocida labor como crítico de arte le hizo merecedor del Premio Nacional de Crítica de Arte Guy Pérez Cisneros, a tenor con su amplio desempeño como promotor cultural.
En su etapa formativa, se advierte un período de búsquedas, tanteos y experimentos de diversas técnicas, soportes y temas, expresados a través de la pintura hasta que recurre a una estrategia, cuyos propósitos artísticos-conceptuales definen el carácter de su estética, resuelta a partir de una personal morfología apoyada en la estructura composicional y los motivos iconográficos de un lenguaje enriquecido con diversos temas en su itinerario visual.
Si analizamos el comportamiento de su creación plástica en más de cuatro décadas, se aprecia cómo su operatoria discursiva más reciente se caracteriza por el orden conceptual y temático de una reflexión basada en el comportamiento social del individuo. La carga referencial y la influencia del teatro resulta clave en una operatoria que sondea la amplia diversidad de actitudes asumidas por los seres humanos. El sentido estético de su discurso está basado en sus vivencias, que constituyen un compendio del teatro, la vida, la realidad social y la ética.
En su tesis alude a un concepto griego relacionado con el actor, la máscara y la teatralidad, que cobra protagonismo en un recurso que se inicia en el período pictórico 1992-2012, a partir de la Serie Dioses, semidioses y mortales, que inició un nuevo lenguaje imaginativo en su poética. A partir de ese momento, la utilización de la máscara como recurso visual forma parte de su operatoria y representa una doble función en las imágenes, que intentan – al propio tiempo – mostrar y disimular.
Su reciente exposición personal A teatro abierto, con sede en la Galería ARTIS718, constituye un homenaje al 40 aniversario de la creación del Fondo Cubano de Bienes Culturales, institución dedicada a la promoción y difusión de las artes visuales cubanas, y tuvo como preámbulo la publicación del catálogo López Oliva, Pintura y Performance, realizado por el Sello Collage Ediciones, en el cual se patentiza la dimensión y trascendencia del repertorio visual del autor, formado profesionalmente por el sistema de enseñanza artística nacional.
En la inauguración de la muestra se presentó una coreografía representada por bailarinas de la Compañía de Danza de la reconocida Maestra Rosario Cárdenas, quienes cubrían su rostro con máscaras realizadas por el pintor – que reproducen las que portan las figuras de los lienzos – y desarrollaron una prolongada acción interactiva, que favoreció la interrelación del público con las propuestas bidimensionales de gran formato. Los performances que se derivan de su pintura son intensamente alegóricos, caracterizados por elementos simbólicos de plural significación. Este encuentro dialógico sui-géneris de su desempeño artístico con los espectadores aportó colorido, alegría y buena vibra a este recorrido por el universo de sus reflexiones estéticas, centradas en la interrelación hombre-sociedad.
López Oliva ha comentado que su obra es una revelación de la metáfora teatral de la vida. En sus motivos iconográficos, la propia concreción modélica de la máscara potencia un estado de ansiedad en el espectador, quien se siente atraído por descubrir el rostro cubierto. Al recrear este aspecto de la realidad, su estrategia contribuye a fomentar un ambiente de misterio creado a partir de un recurso teatral, que genera una atmósfera inquietante.
En esta colección se advierte la coherencia conceptual y formal que distingue su poética, donde cada pieza mantiene su peculiar autonomía de una puesta en escena teatral con la representación de diversos escenarios. Se destaca en su quehacer la presencia de una impresionante corporeidad pictórica, que acentúa el verismo de sus figuras, de las que emana una intensa reflexión sobre la naturaleza del individuo. En la creación de sus múltiples escenarios de sugerencias visuales se patentiza cómo cobra supremacía el uso de los símbolos en el recorrido visual de su amplio y diverso abanico de posibilidades, donde conviven lo jerárquico, lo mítico, lo mágico, lo festivo, lo alegórico, lo identitario, lo instrumental y lo protector.
Dentro de la serie, cada cuadro tiene una unidad interna ideográfica y formal, que propone un planteamiento estético que dialoga con el espectador. No falta el habitual uso de los símbolos, que tienden a provocar reflexiones en su discurso al integrar diversos elementos para expresar sus preocupaciones sociales y éticas en torno a los dilemas humanos, que han formado parte esencial de su imaginario.
La narrativa del lenguaje simbólico desarrollado en este conjunto enarbola al individuo como ente facilitador de una percepción visual basada en criterios unificadores, que conceptualizan su reflexión sobre la existencia humana. Cada escena subjetiva es ordenada y clasificada por títulos sugerentes. La escena se concibe con sujetos sugeridos por la sensibilidad del artista a partir de una propuesta conceptual, que expone los secretos y temores de los personajes que confluyen en la historia y proyectan un cierto aire melancólico en la representación visual dramática, que se refleja en cada escena, a partir de la teatralización del conflicto narrado. Al concebir la lógica espacial de la imagen y su construcción pictórica, recurre a la traducción de sus vivencias, en un proceso intelectivo de depuración de significados y significantes a lo largo de su operatoria.
Su repertorio recrea reflexiones asociadas a las diversas funciones que han asumido las máscaras a lo largo de la historia universal. Esa recurrencia a las máscaras, la teatralidad, el atrezo y la danza irrumpen en su amplio repertorio temático, a partir de su apasionada exploración en el devenir histórico de las sociedades y su repercusión en la existencia humana. El conjunto se centra en mostrar las apariencias aunque, en realidad, con la máscara como ente simulador, nada es lo que parece ser. La evocación poética y teatral de esta serie recrea tácticas afines a una figuración realista, de narrativas semi-ocultas, en las que se contrastan fugaces intentos de verdad-invención en la concepción de estampas, mediante la interrelación de símbolos y alegorías en su cosmovisión a partir de su intención de plasmar aquello que es invisible.
Emplea una pincelada delineada, que demuestra su pericia técnica y hace énfasis en la decoración artesanal de marcada intención simbólica. La génesis de estos atributos surge de su marcada atracción por la artesanía indígena y la cultura popular, característica de aquellas sociedades desarrolladas, como los mayas y los incas, que han marcado notablemente su trayectoria artística. Con esta iconografía, conforma un complejo inventario de un ambiente teatral a partir de típicas referencias de la cultura greco-latina antigua y las artes escénicas. La recolocación de la mirada en esa época le permite contextualizar las figuras para intensificar la comunicación y hacer hincapié en una realidad que convierte a la máscara en la personificación del carácter de cada individuo. Esta argucia es tan antigua como la propia humanidad y para lograr su intención, ha utilizado un lenguaje abierto, que resalta su alto nivel profesional para ofrecer su visión soñadora de darle sentido al rompecabezas que es la vida.
Nos presenta obras resueltas con personajes, que no muestran su rostro. A partir de un conjunto de valores como la creación, el desarrollo humano y la imaginación, se impone ejercer menos experimentos y más alma; menos arte y más verdad. Lo que es esencial es la libertad de lo nuevo en la subjetividad del individuo, por lo tanto, al recurrir a escenarios teatrales, donde cada instante es efímero y no quedan vestigios de él; intenta reproducir esa sensación para que se respire que cada obra es una recreación personal del ojo que la mira, ya que los símbolos necesitan de la reinterpretación del receptor para recomponer la realidad, que es subjetiva, individual e intransferible.
Aborda motivaciones existenciales de referente humano en sus estrategias temáticas, a partir de la representación de cuerpos emblemáticos, propios de la escena teatral. Reproduce una imaginería propia de personajes ocultos tras un antifaz y le concede a la máscara el papel protagónico y el centro de todas las miradas. Utiliza un lenguaje semántico que le permite incorporar dudas, placeres y esperanzas a partir de la estructura de un pensamiento osado en el que concurren lo estético y lo visual.
Constituye un lenguaje semántico, en el que concurren dudas, placeres y esperanzas, que le permite incorporar la estructura de un pensamiento estético y visual osado. En su concreción y despliegue, cada pieza mantiene su distintiva autonomía, que alude y representa una configuración individual dentro de la pluralidad del conjunto. Sus retratos son perturbadores ya que, a partir de esas imágenes, parecen emerger seres desconocidos, que representan el dramatismo del gesto al estar situado en un lugar, enigmático, insinuante, más ritual que temporal.
La exhibición de estas piezas recientes constituye una invitación a pensar la vida en relación con el imaginario del teatro. López Oliva está consciente de que sus figuraciones y máscaras en lugar de ocultar, develan al hombre tal cual es, proyectándose más allá del rostro transformable, para convertirse en disfraces faciales y corporales de naturaleza críptica. Su discurso constituye una invitación a pensar la vida, en correspondencia con el imaginario del teatro, apoyado en el uso de un lenguaje, que evidencia la coherencia conceptual y formal que distingue su discurso visual.
El autor patentiza cómo ha renovado coherentemente su discurso pictórico y performático a lo largo de su amplia y fértil trayectoria, al incorporar nuevas manifestaciones a su quehacer, asimilar los presupuestos estéticos de lenguajes novedosos y utilizar nuevas maneras de comunicación en su discurso visual, apoyado en la percepción filosófica de las esencias humanas, mediante una metáfora ontológica que patentiza la creación de una obra con estilo propio, que lo distingue e individualiza dentro del amplio espectro que conforma el arte contemporáneo, convencido de que: “(…) la realidad es también un carnaval y un teatro.”