De Cirenaica conocía, digámoslo rápido y mal, parte de su obra fotográfica (…). De súbito lo que para mí solo estaba contenido en el plano, es decir, en dos dimensiones, saltaba al universo 3D. (…) En las piezas de aquella serie buscaba yo puntos de contacto con la obra fotográfica de Cirenaica. Entonces enumeré: la presencia del cuerpo, la postura o el gesto en el que son eternizadas “sus mujeres” al interior de las escenas o escenarios (re)creados, el universo femenino –ese espacio donde se alterna la fiesta y el dolor, erotismo y castigo, el sometimiento y la búsqueda de una fisura que implique un camino de expansión o la fuga.
(…) Repasando el devenir de Cirenaica en tanto artista visual advertía que la representación es otra zona de confluencia entre aquellas instalaciones y las fotos. En el inicio la fotografía incluía una suerte de performance – ¿sus estudios de actuación eran la fuente nutricia?–, Cirenaica interpretaba un papel delante de la cámara y además pensaba la foto –luces, escenario, la dirección de la puesta en escena–; Cirenaica también como suerte de narrador-personaje, un dispositivo colectivo de enunciación –creo que entonces no era consciente de este detalle, la foto como acto visceral y no tribuna o denuncia. Las instalaciones conforman la otra zona donde el teatro es influencia: atrezzo, escenografía, espíritu. De aquella etapa no quisiera pasar por alto que, en tanto supuesto testimonio de vida o biografía, está presente la ira, la inconformidad, la reacción, incluso la venganza. No hay detalles específicos que le otorguen temporalidad a la mayoría de sus fotos, tampoco se circunscriben a un área geográfica.
La mujer en su obra no es “una cubana nacida en los sesenta”. En ese espejo está reflejada la vida de no pocas mujeres.
(…) En dichas series una chica aparece en el escenario, también un hombre –otro detalle significativo. Tampoco debe pasarse por alto otro tipo de belleza (¿glamour?): el azul, el verde, el rosa en compañía de pigmentos duros; la juventud, frescura e irreverencia de una chica y el rostro casi inexpresivo de un hombre –que aparecerá travestido y será utilizado como suerte de maniquí o soporte de objetos ya no punzantes, sino aparentemente inocuos (¿puro acto lúdico o gesto de venganza?). Variaciones de la candidez; relato fluyendo pausado, pero bajo la superficie el abismo: deseos reprimidos, la noción de lo que no es amor y felicidad, la imposición de límites, el claustro, el sometimiento otra vez, la necesidad de la fuga, un pequeño grito en la garganta de una mujer con nombre de ciudad, con nombre de escuela filosófica: Cirenaica.