The mind is a muscle
Yvonne Rainer
(…) Contra el mesianismo tropical, Glenda León y Diana Fonseca rechazan transgresiones religiosas (Belkis Ayón) o desacatos públicos de incidencia mediática (Tania Bruguera). “¡Con eso no se juega!”. Ellas se desvían hacia una implosión lírica que requiera un poco de imaginación. La opacidad busca y consigue desplazar al folclor y el panfleto. Como si el infra-leve duchampiano quisiera neutralizar a la revolución beuysiana, abolida por la frivolidad escatológica de sus hijos bastardos. La obra de Diana y Glenda no es afirmativa, negando los clichés domésticos del arte hecho por mujeres demasiado mujeres.
El “artefacto como pretexto” oscilando entre lo palpable y lo intangible constituye el eje de subversión gestual en La razón de lo irreal (Villa Manuela, noviembre-diciembre 2015). Tal como sugiere la joven curadora Claudia Taboada Churchman en sus notas al catálogo, la “rareza de lo conocido” es el detonante de una exhibición bipersonal donde el espectador –avisado o casual– siente una fusión de imaginarios compatibles. Así, en la unión no está la fuerza, sino un diálogo regido por una sutil complicidad. Todo para restituir un contrapunto entre naturaleza y artificio, aura y vacío, parquedad y desahogo, lo banal y lo virtual que transita de lo mínimo a lo minimal sin ánimo de identificación o extrañamiento. Una lección valiosa para alianzas de compromiso fugaz. (…)
La razón de lo irreal marcó su vuelta al circuito élite del arte cubano con brío suficiente para obsequiarle un espaldarazo a la decepción. (…) El rostro o la máscara de la frialdad o calidez que emana de cuerpos y almas es un misterio gravitando en torno a la aventura del arte contemporáneo. La razón de lo irreal convoca a traspasar el umbral de este laberinto, ideal para salir del extravío y hallar renovadas confusiones. Glosar lo desconocido implica el riesgo de caer en las garras de certezas erróneas y legítimos extravíos. “Palabras, palabras, palabras” –mascullaría un infante difunto regresando del futuro imaginado harto de sinsabores. Si ya nadie (o casi nadie) derrocha su tiempo en pensar (o repensar) el arte, queda al menos la esperanza de intentar sentirlo a solas con el movimiento ilusorio de una planta, la placidez de un ademán o el temblor de los andamios filosóficos. Por estos senderos que se bifurcan en la dinámica actual, el quehacer visual de Glenda León y Diana Fonseca desea continuar respirando entre fundamentalismos inmateriales, políticos y comerciales.