A juzgar por sus últimas cuatro series, Jorge Rodríguez Diez (R10) se va convirtiendo en uno de los creadores visuales cubanos más preocupados por la memoria cultural de nuestro tan singular pasado.
Si alguna constante es posible identificar en su producción artística es el trabajo de reciclaje de visualidades retro, no precisamente provenientes del mundo del arte, sino de otros campos afines como el diseño gráfico y sus afluentes: publicidad comercial y propaganda política. (…) A R10 le ha venido interesando (…) una visualidad quizás menos encumbrada, (…) esas imágenes de todos los días, espontáneas, modestas, pero que son un documento irrebatible de la manera en que se expresa el imaginario cultural y la sensibilidad estética de un pueblo en un momento histórico concreto.
(…) Ahora bien, lo más importante es que todo ese trabajo de “arqueología” no tiene otro objetivo que el de hablar, reflexionar y problematizar sobre el presente. (…) Por ello su arte es exigente, necesita de receptores medianamente informados, capaces de reconocer, en primera instancia, los referentes culturales que están siendo reciclados, parodiados o manipulados, para poder disfrutar de las sutilezas intelectuales intrínsecas a ese proceso creativo. La gran paradoja, lo que desconcierta a muchos, es que los textos visuales de R10 son más que contemporáneos, yo diría que son en buena medida experimentales, muy novedosos desde el punto de vista estético. (…)
En Guardianes (serie en proceso) Jorge proyecta el horizonte del pasado sobre el horizonte del futuro, (…). Es una complicada operación semiótica en la que imágenes reales de arquetipos sociales que hoy son símbolos de las primeras décadas de la Revolución (los rebeldes de la Sierra, las milicianas, los campesinos o guajiros, los obreros, los pioneros), son manipuladas digitalmente por Jorge e insertadas en ambientes creados por él, en su mayoría citadinos. Ahora bien, en estos entornos urbanos priman los altos edificios, experimentamos una escala de gran ciudad, de ciudad en crecimiento, la ciudad altamente desarrollada que soñamos y que pudiéramos haber tenido, o que tendrán en algún momento, quizás, mis hijos. Y esos barbudos y guajiros, esos niños con uniformes y boinitas de los sesenta, esos humildes albañiles, son como fantasmas, presencias anacrónicas, o el imaginario ideológico de un pasado que no acaba de encontrar acomodo en las exigencias del presente y el futuro inmediato. (…) Ante un enemigo tan difuso como el desarrollo, esos Guardianes tendrán que cambiar drásticamente sus estrategias, o quedarán sepultados en sus vetustas trincheras…