(…) Parece obligado que las reflexiones sobre fotografía se detengan siempre, antes o después, en la compleja relación entre este medio artístico y el tiempo. La imagen fotográfica –fruto de lo analógico o producto de lo digital; manipulada en el encuadre, en la exposición del negativo, en el revelado, o en los torrentes de bits que fluyen entre el cuarzo microscópico de los ordenadores–, destinada a capturar y aislar un instante, a separar un segmento de historia, atenta inexorablemente contra el transcurrir del tiempo, al fijarlo. (…)
Adrián Fernández, en su obra variada –y, ya a estas alturas, notable por su extensión y profundidad– ejerce ese poder redentor al cual se refería Berger, con la atención al detalle y la coherencia que esperaríamos del mejor historiador. Reunidas en grupos o series, a veces concatenadas y complementarias, sus imágenes hablan de un interés por registrar y documentar épocas. Un registro de lo histórico, afianzado, sobre todo, en la cultura material, en el universo de lo artificial y de lo construido. Hasta hoy, una característica de su trabajo consiste en iluminar, captar lo inanimado. Si el propio Diego, en otro de sus célebres poemas, se lanzó a “nombrar las cosas”, podríamos decir que Adrián, por su parte, se ha enfrascado en retratarlas. (…)
Con El umbral de la incertidumbre, Adrián continúa la ampliación gradual del espacio ocupado por su obra, la cual, por ahora, mantiene su centro en la creación de imágenes fotográficas (…) un camino que, en ocasiones, puede asociarse con el mundo comercial, del anuncio y de la presentación de un producto ante el mercado (…) un despliegue técnico (…) que informa tanto la concepción, como la creación, impresión e instalación de las imágenes.
(…) Estas fotografías nos inducen a recordar una zona muy importante del arte cubano de los años 80 y 90, aquella en la cual se fundían la representación de sucesos y personajes históricos con tradiciones religiosas populares, especialmente con la iconografía cristiana de Cuba y de América Latina (…)
Formado él mismo en academias cubanas, y familiarizado con la historia del arte occidental, Adrián parece incorporar, en su trabajo reciente, algunas de las nociones esenciales (los fondos oscuros; la dosificación y suavidad de los contrastes; la atención primordial a la luz para crear una sensación de intimidad, captar los volúmenes y, al mismo tiempo, acentuar el dramatismo) establecidas por los pioneros en el campo de la fotografía de esculturas (…)
Con El umbral…, Adrián nos convoca a considerar, simultáneamente, las particularidades de estas dos formas de expresión artística, y algunas de las maneras específicas en que ellas interactúan (…) Al detenerse sobre las huellas evidentes del desgaste y del paso del tiempo, Adrián facilita que los símbolos de lo sobrenatural se tornen familiares, entrañablemente humanos. Lo logra, también, cuando retrata el reverso, la espalda de las figuras. Ese punto de vista, al esquivar la familiaridad de la perspectiva frontal, muestra a los personajes en una postura que los acerca y los hace vulnerables. Ello, a su vez, nos permite apreciar a estos objetos –lo sagrado y lo ritual que ellos encarnan– con un grado de intimidad inédito. De este modo, las figuras han sido aligeradas, en alguna medida, de su solemnidad. La humanización es un resultado clave de la manera en que estas fotografías representan a las esculturas. En tal sentido, me parecen extraordinarios los retratos de rostros ajados, carcomidos. En sus ojos de vidrio o de madera, y en la melancolía insondable de sus caras repintadas y rasgadas, creo ver una imagen que ilustra a la perfección una hermosa idea de Berger, sobre la visibilidad. (…)