Un poco antes de que Natalia Bolívar comenzara a hablarme de sus incursiones en la pintura (…) me advirtió que no buscara obstinadamente una quinta pata de su mesa: “yo pinto para distraerme…” (…) Y me confesó: no he dejado de pintar desde que ingresé en la Escuela Anexa de la Academia de Bellas Artes San Alejandro, allá por el año 1954 bajo la tutoría de Florencio Gelabert en escultura y de Baría en el dibujo.
Casi desde aquella década del 50 su vida comenzó a ser marcada también, quizás algo más profundamente, por la investigación etnológica y antropológica sobre manifestaciones religiosas y populares de origen africano gracias a un temprano aprendizaje de la mano de Lydia Cabrera. Importantes ramas estas del saber y la sensibilidad se cruzaron en su vida para tratar de comprender los orígenes de muchas zonas de nuestro comportamiento como cultura, sociedad y nación. (…)
Al principio tomó clases de pintura con Hipólito Hidalgo de Caviedes quien estaba casado con una prima hermana suya y en las vacaciones de verano de 1955 se le ocurrió inscribirse en unos cursos de la muy conocida Art Student League de Nueva York, con Norman Rockwell (…)
Cuando se inaugura la nueva sede del Museo Nacional de Bellas Artes (hoy edificio Arte Cubano) (…) fue llamada a trabajar en la Bienal de Arte Hispanoamericana y a entrenarse como futura guía de la institución. A su formación también contribuyeron, aquellas tertulias en casa de su prima, la escultora Rita Longa, en las que cada domingo se reunían algunos artistas cubanos: René Portocarrero, Amelia Peláez, Víctor Manuel, Wifredo Lam, para intercambiar opiniones y afectos en torno a la pintura.
En 1959 tomó las riendas del Museo Nacional, aunque Antonio Rodríguez Morey fungía oficialmente como director del mismo. Desde entonces su vida creadora cambió debido a las altas responsabilidades. También se dedicó a estudiar museografía, arte precolombino y a visitar museos extranjeros. Además, Julio Lobo le entregó en “calidad de depósito” su colección de arte para que se expusiera en los nuevos y reestructurados museos, especialmente la relacionada con Napoleón Bonaparte —además de retratos ingleses y franceses que poseía—la cual sirvió de base para la fundación del Museo Napoleónico en diciembre de 1961, del cual Natalia funge, así como su primera directora.
(…) Desde esos tempranos años 60, Natalia abandonó la pintura muy a su pesar debido a sus compromisos frente a determinadas instituciones de la cultura hasta que a mediados de esa década fue cesada abruptamente de sus cargos oficiales y reubicada para ejercer las más diversas ocupaciones, desde sepulturera en el cementerio de Colón hasta atender patos en una granja, asuntos de joyería, trabajar como divulgadora del Teatro Nacional y fundar el Museo Numismático…hasta que decidió asentarse definitivamente en su propia casa y dedicarse por entero a sus entrañables oficios de siempre: la investigación y la pintura.
Fue a principios de los años 90 que volvió a surgir en ella la pasión por pintar, que no ha cesado hasta hoy (…) En ese resurgir (…) asume con fuerza y unicidad la abundante imaginería de las prácticas religiosas y el insondable universo de imágenes, formas y firmas que comportan, para centrarse en ella, pero sin decidirse a exhibir sus obras durante la década. (…) Desde entonces ha concentrado su vocación pictórica en interpretar el universo de deidades y mitologías aprendido desde su época de trabajo con Lydia Cabrera. (…)