Mapas y mapaglifos

Apuntes sobre el trabajo de Ibrahim Miranda

/ 25 noviembre, 2016

En Paintings, exhibición de Ibrahim Miranda en la Galería Ms17Art Project (New London, CT, EUA, abierta desde el 18 de agosto hasta el 18 de septiembre de 2016), y en general en gran parte de su obra, se nos revela la relación entre su cosmovisión poética –su particular forma de atención estética– y lo que para él significa vivir en la Cuba actual. Un lugar impredecible en un tiempo de epílogo a la “historia” propiamente dicha de cuyas directrices no se ha llegado a saber todavía mucho: excepto el hecho de que desde la emergencia domina la escena un estilo diferente de “destino”.

“El mapa no es el territorio”. Esta frase tan trillada, acuñada por Alfred Korzybski, nos ilustra lo limitados que estamos para aprehender un conocimiento sustancial de nuestras espacialidades, las atmósferas y las situaciones en las que nos mantenemos según nuestros planes y valoraciones. Tal vez lo explícito es el rastro de una civilización, pero no toda la inmensidad, que es inabarcable.

Los hábitos cognitivos fundacionales de la Modernidad son darle la vuelta a la tierra para ampliar, conquistar y mapear los territorios abriendo al unísono el cuerpo humano por todas partes y representándolo gráficamente desde todas las perspectivas posibles. Así también las distorsiones que padece la configuración de la Isla de Cuba en la trama de viejos mapas escolares de Ibrahim Miranda. Estas obras –cartografías de un desplazamiento hacia casi todos los destinos posibles– pueden medir tres o cuatro metros de largo por unos 40 centímetros de ancho. Se montan en grupos, sin marcos, tienen diferentes formatos y conjugan la instalación con la obra por sí sola.

(…) En las piezas de la serie de mapaglifos las imágenes se desdoblan del primer plano al trasfondo, del trazado del animal a las calles, del pliegue al despliegue, de la intención al accidente, de la futilidad temporal a un tiempo intervenido en los extremos de la tierra, de los desmayos auto-referenciales a un hábitat enigmático y omnipresente.

El ejercicio de incluir su atención estética en contextos arbitrarios –fragmentos de mapas de ciudades escogidas al azar– reafirma la idea de que el análisis lógico puede acreditarse como procedimiento explicativo, pero la búsqueda de una identidad descansa en el hecho de que lo implícito designa un lugar en el mundo gracias a una actitud que potencie una expansión irreductible de nuestro mundo interior.

Lo que Ibrahim Miranda desoculta solo puede corresponder a un trazo derivado de sus persistencias y obsesiones. Su obra insiste en la necesidad de forzar el acceso a lo encubierto porque sabe que solo después de la irrupción en lo oculto se puede desandar el laberinto de los signos. Estas “sintaxis” proporcionarían intensidades metafóricas a confusas tensiones históricas y a lacerantes redefiniciones sociales; traduce sueños políticos a instrucciones de uso poético. (…)

Lo repetitivo, lo incisivo, las series inagotables, las obsesiones temáticas, las metáforas autorreflexivas en el trabajo de Ibrahim Miranda son solo un ápice de una ambición desmesurada por subvertir el ruido de una banalidad desquiciada, que intenta renegociar continuamente los conceptos que tenemos de nosotros mismos, por una aceptación de nuestra confrontación, de nuestra separación en lo inefable. (…)

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