En el Arte Cubano Contemporáneo pocas experiencias preservan el enigma y a la vez la frescura que exhibe la obra de Ángel Ramírez (…). En su caso el reto ha sido enfrentarse a una realidad para nada convencional, por la complejidad que presenta, y también por su tendencia a contaminarse y enriquecerse con el absurdo y lo surreal. (…)
Nacido en La Habana en 1954, y graduado en el Instituto Superior de Arte en 1982, su trabajo reconoce en la colisión de sentimientos encontrados la energía suficiente para ponerlos a dialogar, y sustraer de ese intercambio la esencia de una acción creativa (…). Muchas de sus piezas son metáforas que exigen lecturas profundas, ya que interviene en ellas un lenguaje simbólico donde ocurre la constante traslación de significados de un contexto hacia otro. (…)
La entrada en el siglo XXI, y sobre todo en su segunda década marcan transformaciones notables en la faena de Ramírez, su testimonio sobre la isla se ajusta a las nuevas circunstancias por las que esta atraviesa. Los temas y enfoques se descentralizan de forma bastante visible, y si antes las figuras del poder y otros fantasmas eran los mayores protagonistas, ahora “la gente de a pie” va saturando de una manera u otra los escenarios que fabrica su mente. En este tiempo ha seguido abrazado, con mucho fervor a lo matérico; y a través del laberinto construido a partir de la redención que aporta la memoria, nos convida a interpretar con cautela cada acontecimiento, a descubrir en qué punto estamos situados en relación con la marea, y sus abruptas rebeliones.
Sello de familia (2012) es un punto de esplendor en este nuevo estado de ánimo y de creación (…) el individuo existe y se manifiesta por encima de cualquier sublimación del ente colectivo (…) Las obras de esta última etapa parecen coincidir en dos cuestiones comunes, la primera en relación a la naturaleza de los títulos elegidos, que se apropian de un lenguaje en esencia proveniente de refranes y frases hechas; que abre a su vez interesantes brechas para la significación, donde finalmente prolifera una ambigüedad que incorpora a las obras, ampliando el alcance de sus territorios. La segunda cuestión está relacionada con los materiales utilizados; otra vez lo reciclado que se ordena por la manía de quien raspa las superficies en el gesto de tan solo mirarlas; y justo en ese instante decide incorporarlas a una nueva experiencia en la cual tendrán que producir subjetividad.
Hay velas y tengo cocos (2012) es una creación que ejemplifica muy bien un momento crucial y reciente dentro de la obra de Ángel Ramírez, por su extraordinaria capacidad de captar el viraje de una época y sus connotaciones en la vida nacional (…) Esquinas de La Habana, metamorfoseadas, Aguacate o Teniente Rey (2014); En Malecón y Lealtad hay situación (2014); xilografías que han podido recolectar toda la fluidez en sus contradicciones, y arrendarla para unas imágenes que se empeñan en resaltar lo impredecible, lo que te toca como una aparición, y te convida a percibir aquello que tiende a volverse retórico, por el efecto de la cotidianidad, como una suerte de epifanía.
La apropiación de las flores como el elemento que le sirve para fabricar cada nueva metáfora ocurre deliberadamente a partir de la obra Son para la corona (2012 (…) Flores tomando el pulso del tiempo, más vinculadas a los contenidos que a las formas. No son festivas, tampoco se puede asegurar que sean fúnebres, más bien están detenidas, congeladas por varias circunstancias, decididas a mostrarse en ese limbo desde el que no renuncian a identificarse como margaritas, geranios, o tulipanes según sea el caso. (…)